POR GILBERTO ROGEL* / TORONTO /
Hablar de Nicaragua es tocar una de las experiencias políticas más exitosas en América Latina, pero a la vez también es una muestra clara de cómo los sueños de liberación que alimentaron una revolución popular pronto se irían quedando en el camino de la desilusión y el desencanto, y en sentido contrario darían paso a políticas económicas de ajuste estructural que profundizan la marginación y desigualdad social entre los sectores más pobres, políticas antipopulares que con el tiempo han provocado una aguda crisis política y social.
No se puede abordar el tema de Nicaragua sin mencionar el papel protagónico jugado por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), y su principal caudillo, el comandante Daniel Ortega Saavedra. Daniel, pese a no poseer la habilidad de un discurso incendiario como otros líderes guerrilleros, tiene la cualidad nata de fraguar alianzas y ello le permitió liderar el primer gobierno revolucionario, el cual sentó las bases de muchas de las transformaciones sociales y políticas añoradas por muchos nicaragüenses.
En noviembre del 2001, como parte de mi labor periodística, viví la experiencia de conocer de primera mano el nivel de admiración y respeto que los amigos “Chochos” tenían hacia su líder. Junto a mi amigo el abogado Gustavo Martinez, esperamos por varias horas en un centro escolar del centro de Managua, el momento en que Ortega llegó a votar.
El ambiente era increíble y hasta surrealista. Cientos de personas intentaban acercarse a su líder, solo mirarlo a pocos metros era ya un gran triunfo, en su imaginario los seguidores de Sandino podían estar seguros de que su comandante o mejor dicho la Revolución, no los defraudaría. Pocas horas después, ese sueño se iría desvaneciendo (quizás como un presagio de lo que vendría 20 años después) y Ortega perdió la elección frente a Enrique Bolaños, un dirigente empresarial respaldado y financiado por los Estados Unidos.
En esa noche gris mi amigo y miles de Chochos no alcanzaban a procesar cómo el carismático líder sandinista perdía una nueva elección, pese a los avances en la sociedad nicaragüense, entre ellos un incremento en la escolaridad y mejoras en salud pública, pero principalmente la admirada seguridad ciudadana y la alta participación electoral logrados en los años de la revolución. Los años y los cambios mundiales incidieron para que muchas de esas conquistas sociales se fueron evaporando y dieron paso a la represión y las violaciones de derechos fundamentales, especialmente a la libertad de prensa y la labor de crítica de muchos sectores opositores.
El histórico FSLN de la mano de Daniel Ortega y un reducido grupo de allegados, se transformaron en partícipes y administradores de las políticas neoliberales. Con el correr del tiempo el Danielismo, de nuevo en la presidencia desde 2007, logró transar con oposición política, y de manera opuesta se distanció de sus bases al reprimir violentamente las protestas de los campesinos y estudiantes, que en abril del 2018 dejaron más de 300 muertos y cientos de heridos.
Contrario al espíritu revolucionario del Sandinismo, el actual gobierno respaldado por una débil Asamblea Legislativa ha maniobrado para censurar, amedrentar y hasta cerrar medios de comunicación críticos; al mismo tiempo, ha obligado a muchos comunicadores a buscar refugio en otras naciones. Reportes de organizaciones internacionales confirman que el ejercicio periodístico en Nicaragua es uno de los más peligrosos en el continente en vista que el gobierno y sus aliados (partidos políticos, fuerzas policiales y militares, entre otros) ejecutan maniobras políticas y legales para evitar la rendición de cuentas y la transparencia en el manejo de los fondos públicos.
Como puede verse, la realidad nicaragüense es compleja y delicada. Y traigo esto a cuenta porque según las leyes de este país, una nueva elección presidencial debería realizarse a finales de este año, pero como Nicaragua vive un momento casi surrealista, en donde los anteriores enemigos ahora son “business partners”, hasta la fecha el gobierno no ha llamado a la consulta popular. Mientras tanto, la oposición no logra alcanzar mínimos acuerdos y muestra signos de fragmentación, debilidad y descoordinación, en pocas palabras estarían caminando hacia una nueva derrota.
En una franca conversación sostenida en días pasados en el espacio de Debate Radio, logramos platicar con el politólogo Enrique Sáenz, uno de los pesos pesados de la oposición Nicaragüense, quien nos aseguró que desde hace años su país vive en una especie de burbuja psicológica en donde el rol que juega la pareja presidencial, Daniel, Presidente y Rosario Murillo, su esposa y Vicepresidenta, es casi omnipresente en todo el país, ya que ambos controlan la mayoría de las decisiones estatales y no hay persona o institución que pueda interponerse.
En este escenario es claro que la próxima elección presidencial será decisiva para los sueños de miles de nicaragüenses, ya que por un lado millones claman por mayor transparencia y respeto a la democracia, pero sin perder el rumbo que marcó el proceso revolucionario; mientras otros millones siguen creyendo a ojos cerrados en la figura de la pareja presidencial. Lo cierto es que en Nicaragua se está escribiendo otra página triste de la historia de las izquierdas latinoamericanas que exitosamente alcanzaron el poder, pero que lamentablemente no quisieron o no pudieron luchar contra las políticas de ajuste neoliberales, y por el contrario decidieron pactar con los antiguos enemigos y se olvidaron de sus orígenes ideológicos.
Foto: socialistvoice.ie