Los Estados Unidos y su Karma

POR GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MEXICO /

Las escenas que se contemplaron la semana pasado en la capital estadounidense,  cuando exaltados partidarios del derrotado mandatario Donald Trump tomaron por asalto la sede del poder legislativo, constituyeron un espectáculo que además de preocupar y entristecer a una parte del mundo también fueron vistas como una especie de vindicación por  ciudadanos de aquellos países víctimas de la inveterada política estadounidense de agresiones e intervenciones contra países y gobiernos que no son de su agrado.

En las redes sociales, esas que censuraron al mismísimo presidente Trump y a algunos de sus más fervientes fans, circularon innumerables mensajes en los que se expresaba que por fin los estadounidenses estaban probando un poquitito de la amarga medicina de inestabilidad y crisis política que obligan a tragar en grandes cantidades a los países más pequeños y débiles. Fue una especie de justicia divina, una suerte de karma, se afirmó. Y algo de razón tenían esos mensajes, pues no se puede ir por el mundo promoviendo golpes de Estado, saboteando o desconociendo elecciones y presidentes, reconociendo gobiernos espurios, financiando grupos políticos desestabilizadores, divulgando calumnias o tergiversando y manipulando información sobre los adversarios, sin que en el algún momento algo de ello también te alcance y perjudique.

En lo que concierne a América Latina debemos recordar que las intervenciones de Estados Unidos para hacer prevalecer sus propios intereses, presentes desde los propios días de las independencias hispanoamericanas, han pasado por encima de cualquier tipo de consideración. Documentación al respecto abunda, pero no está de más recordar por lo menos un par de ocasiones en los que la mano blanca y “refinada” de la política estadounidense estuvo presente para cargar los dados y decidir sobre los resultados de acontecimientos históricos:

La primera fue durante el Congreso Anfictiónico realizado en Panamá en 1826, en la que los representantes de Estados Unidos cumplieron la misión de impedir que se tomara una resolución para contribuir a la independencia de Cuba. La segunda, la turbia labor realizada por el primer “enviado especial” estadounidense, Joel Poinsett, ante el gobierno del México que aún estrenaba la independencia.  Poinsett llegó al país azteca en 1825 y tres años después, en 1828, las intrigas y cizaña que había sembrado entre la élite política mexicana dieron como fruto la inestabilidad política que experimentó México hasta 1830. En el texto titulado Las invasiones norteamericanas a México, el historiador Gastón García Cantú da detallada cuenta de estos hechos. Otro reconocido intelectual, el periodista e historiador argentino, Gregorio Selser, también se dio a la tarea de registrar, en una monumental obra, las diversas intervenciones políticas, económicas y militares estadounidenses contra sus las naciones latinoamericanas y caribeñas, ya estuviera en el poder un gobernante demócrata o un republicano.

A partir de esta semana, una vez que asuma la presidencia, el demócrata Joe Biden enfrentará el descomunal reto de reorganizar y reconstituir el sistema político de su país, y así conciliar las encrespadas aguas en las que se ha polarizado la sociedad estadounidense. Esta labor requerirá concentrar muchos esfuerzos, muchas energías, lo cual podría también redundar en la disminución de tensiones en otras regiones del mundo. Aunque tampoco debemos ser tan ingenuos. Por el contrario, no debemos olvidar que son muchas, demasiadas, las veces en que, para ganar popularidad y unir al país en torno suyo, los gobernantes estadounidenses han recurrido a la creación de conflictos internacionales y hasta la guerra abierta en sitios muy lejanos a sus fronteras.  En este aspecto, la administración Biden también podría representar para el resto del mundo un peligro tan serio como lo fue Trump.

En todo caso, con independencia del camino que tome el nuevo mandatario demócrata y su equipo, los hechos violentos que se desarrollaron en el corazón de la política estadounidense son un síntoma inequívoco de que ese sistema, que ya cumplió dos siglos, requiere urgentemente de alguna renovación.

Esa democracia, que ha sido propagandizada como modélica, viene arrastrando lastres desde su propio nacimiento. El más grave de ellos, la discriminación de las personas que tienen la piel más oscura (y entre más oscura más severa la discriminación).

Está muy lejos de ser perfecta o ejemplar una democracia que permitía el linchamiento de afrodescendientes, o que impedía que dos personas tuvieran acceso a un mismo lugar o se sentaran lado a lado sólo el color de la piel de éstas. Y si bien algunas de estas disposiciones legales ya han sido modificadas, la práctica de la discriminación sigue tan rampante como hace dos siglos. Así lo dejó en evidencia la abismal diferencia entre la forma en que actuaron las autoridades frente a las turbas blancas que asediaron e invadieron el Capitolio, y la desmedida represión que esas autoridades han desplegado cuando se encuentran ante manifestantes “de color”. Ojalá que la nueva administración estadounidense verdaderamente represente algo nuevo.

*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

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