Días buenos para la democracia en América

GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MEXICO /

El pasado fin de semana fueron días positivos y esperanzadores para la democracia en América, se ha ratificado la importancia de respetar la voluntad popular al momento de elegir a los gobernantes, de hacer valer el derecho de los pueblos de darse a sí mismos el gobierno que estimen conveniente, que defenderá sus intereses y contribuirá al bienestar de las mayorías.

Pero antes de continuar debo hacer dos aclaraciones para evitar malentendidos. Cuando escribo América no estoy pensando ni estoy refiriéndome a Estados Unidos. Este país, poderoso y caracterizado por una constante obsesión por dominar o subordinar al resto del mundo, en última instancia es tan solo uno más entre la veintena que se han constituido en el continente americano. Estados Unidos es parte de América, no es América, es una aclaración importante para mantener presente.

Otro punto que debo precisar es que al referirme a la democracia tampoco estoy refiriéndome al show que con puntual regularidad se celebra cada cuatro años en ese importante país norteamericano, y que se cumplió recientemente con las mismas características farandulescas con que se realizan los campeonatos de béisbol, llamado mundiales, aunque solo tienen un carácter nacional estadounidense, el Súper Bowl o el campeonato de baloncesto de la NBA.

Al escribir democracia estoy pensando en ese proceso de transformaciones profundas que ahora retorna a su camino tras la toma de posesión de Luis Arce Catacora, como presidente, y de David Choquehuanca, como su vicepresidente, en el Estado Plurinacional de Bolivia.

Este acto de traspaso de mando que también podría considerarse una ceremonia tradicional en cualquier otro país, incluido Estados Unidos, en tierras bolivianas toma una enorme relevancia porque revitaliza y da nuevo sentido a la palabra  y al concepto de Democracia. Este término, que ha sido tan usado, manipulado y retorcido para los fines más oscuros, y sobre todo para conservar los privilegios de una élite egoísta, mantener estructuras de dominación y opresión y perpetuar un régimen de inequidad y pobreza inaceptables desde cualquier punto de vista verdaderamente humanista, comienza a ser estrechamente relacionado con el bienestar de la población históricamente excluida.  

La democracia, para que sea verdadera y significativa, no sólo no debe ser excluyente, sino que también debe contribuir a eliminar todo tipo de exclusión, sea ésta motivada por el color de la piel, las posibilidades económicas o las creencias religiosas que profese una persona. Arce Catacora lo ha dicho muy bien: “La democracia no sólo es el voto para elegir autoridades en todos los niveles, sino también elecciones abiertas, justas. Es la participación de todos y todas sin la exclusión de nadie, más aún de las mayorías sociales y nacionales culturales. Es la protección de los derechos civiles y políticos como la libertad de expresión y la libertad de organización. Es pluralismo político”.

Seguramente los teóricos políticos y los estudiosos de las ciencias sociales y políticas estarán de acuerdo con él.  Pero lo más relevante, lo que deseo destacar en estas líneas, es que la democracia que están construyendo los bolivianos y las bolivianas va mucho más allá, es mucho más real y concreta, y no se limita  al rito de depositar un voto.

A eso apunta el gobernante boliviano cuando enfatiza: “De nada sirve elegir a las autoridades mediante el voto si a la vez el pueblo al que se debe la democracia está privado de los derechos fundamentales, como los de acceso a la salud, a la educación, al trabajo, a los ingresos y a la vivienda (…) Democracia es tener el derecho de disfrutar de la riqueza que es para todos y no para unos cuantos”.

Para calificar a un gobierno como democrático, ahora será necesario preguntarse también si responde o no a los intereses y las necesidades más sentidas de sus ciudadanos y ciudadanas, de toda la población y no sólo de aquellos que tienen más poder económico o han sido tradicionalmente privilegiados. Esta la riqueza que desde Bolivia se le está confiriendo a la concepción de democracia. Democracia y justicia social deben ser dos caras de la misma moneda.

Como líneas atrás mencionamos al poderoso país del norte, y considerando que en esos mismos días también celebró su fiesta democrática (que más bien pareció tragicomedia), vale la pena hacer otra comparación. Al contrastar el show que ha contemplado el mundo tras las votaciones estadounidenses con el proceso electoral boliviano, se puede comprobar que la democracia se ha fortalecido, es más profunda y es mucho más ejemplar en el Estado Plurinacional de Bolivia que en Estados Unidos, país que se tradicionalmente se ha creído un ejemplo a seguir.

Por esto mismo, para que haya nuevos motivos de alegría entre quienes estamos a favor de la democracia en América, para que ésta se fortalezca y adquiera un sentido más profundo, ayudaría mucho que los electores estadounidenses aprendan y sigan el ejemplo del pueblo boliviano.

*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).