Donald Trump en la ONU: Hechos y palabras como en el siglo XIX

GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MEXICO /

El pasado 24 de septiembre el presidente de Estados Unidos compareció ante la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas.  Su anunciada intervención había generado diversas expectativas, después de todo es el líder de la principal potencia militar.

El señor Trump es todo un personaje. En los años que lleva en la presidencia ha sobresaltado al mundo en diversas ocasiones debido a sus exabruptos tuiteros, y ha brindado generosos argumentos para muy divertidos chistes y parodias. Así que era real el interés por lo que dijera en los actuales tiempos de pandemia y de crecientes tensiones globales. Para América Latina también era muy importante escucharlo. Después de todo, cuando Estados Unidos estornuda -como expresó Rubén Darío-, se produce “un hondo temblor que pasa por las vértebras enormes de los Andes”.

Tras su alocución de poco más de media hora, analistas y comentaristas que trabajan en medios de comunicación propiedad de grandes corporaciones globales se centraron en destacar sus reclamos y exigencias a China, sus reiteradas advertencias al gobierno iraní y las amenazas al gobierno venezolano encabezado por Nicolás Maduro.

Pero desde una perspectiva de la historia latinoamericana pueden destacarse otros tópicos. Uno de ellos, que considero de primer orden, es la similitud entre las palabras de Trump con las pronunciadas por el Secretario de Estado James G. Blaine hace más de 130 años, en 1888, al dar la bienvenida a los participantes en el Primer Congreso Internacional realizado ese año en Washington. En esa ocasión Mr. Blaine expresó que los estados americanos (incluyendo los de América Latina) se reunían “en términos de igualdad absoluta”, que “no se tolerará ningún esfuerzo para coaccionar a un delegado en su concepto propio sobre los intereses de su nación”, “que no permitirá maquinaciones secretas sobre ninguna cuestión… [ni] tolerará espíritu de alguno de conquista”.

En una crónica sobre ese evento, el prócer cubano José Martí destacó la hipocresía del funcionario estadounidense, de quien dijo que “aun cuando sabe que no habla verdad, no se le muere en los labios la elocuencia”, y tenía razón al criticar la retórica del representante. La conquista de buena parte del territorio mexicano era ya un grave antecedente que prefiguraba las pretensiones de conquista que diez años más tarde Estados Unidos iba exponer frente a los patriotas cubanos que luchaban por la independencia de su amada isla.

Las palabras de Mr. Blaine parecían resonar cuando Trump se refería con aplomo “la división entre aquellos que buscan el control y los llevan a pensar que están destinado a tener poder sobre otros y esas gentes y esas naciones y esa gente que solo quieren gobernarse a sí mismas”, y a la existencia de “un mundo donde otros buscan la conquista y la dominación”.

Lamentablemente no podemos preguntar al presidente estadounidense a quiénes tenía en mente cuando se referían a “otros” que buscan la conquista y la dominación. Desde América Latina podría responderse que Estados Unidos es la principal potencia, si acaso no la única, que en el último siglo se ha acercado a los países latinoamericanos con las pretensiones de conquistarlos y dominarlos.

Trump también afirmó muy serio y categórico que “Estados Unidos no busca conflictos con otras naciones, nosotros deseamos paz, cooperación y ganancia mutua”, y que tampoco busca enemigos sino “socios”. También es una pena que no podamos preguntarle cuál fue la ganancia que obtuvieron los trabajadores y los campesinos guatemaltecos y chilenos después que Estados Unidos ayudó a sus socios a derrocar a los gobiernos de Jacobo Arbenz y Salvador Allende, para mencionar sólo dos ejemplos.

Y en cuanto a exigencias de indemnizaciones por los daños y los males provocados por un país contra los ciudadanos de otra nación, habría que comenzar a pensar si Estados Unidos está en la obligación de indemnizar a los familiares de los asesinados y desaparecidos por los militares de Guatemala, El Salvador, Honduras o Argentina –otra vez, sólo para citar algunos ejemplos–, porque después de todo fue el gobierno estadounidense quien entrenó, armó y financió a esos militares.

Existe un antecedente que es muy importante recordar: en 1986 la Corte Internacional de Justicia de La Haya sentenció al gobierno de Estados Unidos en la época a que indemnizara a Nicaragua por los crímenes y daños que los socios de los estadounidenses cometían contra los nicaragüenses. Así que no estaría mal pensar bien esta idea.

Retornando a Martí, si el prócer cubano pudiera escribir una crónica sobre el discurso de Trump, con seguridad también repararía en que el actual gobernante estadounidense mintió todo el tiempo y de manera tan impasible que ni siquiera se le movió un sólo pelo de la cabellera rubia que con tanto celo cuida.

*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).