El Salvador, los políticos, Dios y la democracia

GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ / MEXICO /

En la primera semana de febrero los salvadoreños fueron testigos de un inesperado show: El presidente de su país, Nayib Bukele –el más guapo y “cool” del mundo como él mismo se ha definido–, entró acuerpado por militares para tomar, por algunas horas, la sede del poder legislativo. Más allá de los fantasmas y terrores que despertaron los soldados al protagonizar un déjà vu de un pasado aún no tan lejano en América Latina al ingresar armados al parlamento, llamó la atención el teatral numerito con el que Bukele coronó su exabrupto autoritario y pareció confundir el edificio del parlamento con un templo dedicado a la oración.

Si se observa detenidamente el video que registró esas escenas puede advertirse rápidamente que las aptitudes para la actuación del joven mandatario salvadoreño no son tan buenas como las habilidades que ha demostrado para el manejo de su celular y las redes sociales.  En dichas imágenes Bukele da la impresión de estar pidiendo a Dios no que lo ayude a resolver el conflicto que lo enfrenta con los diputados de su país, sino que le de fuerzas para evitar reírse a carcajadas y que todo su espectáculo teatral se viniera al suelo.

La jugada le resultó. Al salir del recinto, Bukele afirmó que Dios le había hablado y le dijo que tuviera paciencia. Con ello, además de ser el gobernante más joven, más guapo, más cool, que sabe conducir vehículos de alta gama, también se convirtió probablemente en el único que habla directamente con la divinidad. Falta por ver cuántos de sus conciudadanos creen realmente que él habló con un ser superior.

La acción de Bukele está emparentada con unas escenas similares contempladas en Bolivia en noviembre pasado, cuando se observó a Jeanine Añez esgrimir una biblia en el momento de asumir el gobierno de facto después que los militares bolivianos “solicitaron” al presidente constitucional Evo Morales que renunciara a su cargo. “Esta biblia es muy significativa para nosotros, nuestra fuerza es Dios, el poder es Dios (…)”, expresó la golpista en su primer discurso, insinuando que Dios la llevó al gobierno.

También trae resonancias de lo escuchado en Brasil a finales del 2018, cuando el ultraderechista mandatario Jair Bolsonaro, mucho más directo, atribuyó su presidencia a un designio de Dios. “Entiendo que Dios así lo quiso. Primero salvando mi vida, después dando(me) el mando”, dijo ante un grupo de simpatizantes. Bolsonaro fue un poco más allá y anunció la nacionalidad del dios de los cristianos: “Dios es brasileño”, agregó. Queda por ver si también le extenderá pasaporte.

En Costa Rica, en la reñida contienda electoral de 2018, estuvo muy cerca de llegar a la presidencia un político que también interpreta canciones religiosas (evangélicas), que hacía gala de sus posturas conservadoras en temas como la diversidad sexual, el uso terapéutico y recreativo de la mariguana o la interrupción del embarazo. Por fortuna, la sólida tradición democrática costarricense, la alta escolaridad de sus ciudadanos y un abierto y enconado debate desarrollado en redes sociales y otros medios de comunicación, impidió que lo religioso se sobrepusiera a lo estrictamente político y público.

En Nicaragua, durante la crisis de abril de ese mismo año, circularon fotografías y videos tanto de policías como de manifestantes arrodillados y orando fervorosamente poco antes de salir a las calles a darse de “madrazos” (como se dice en México). Una misma fe no impidió que se rompieran la crisma. En el más extenso de los países centroamericanos también son proverbiales las referencias religiosas en los discursos de las autoridades como en los de los adversarios del gobierno. De hecho, en este país la principal figura opositora en la pasada crisis resultó ser un obispo, como ocurrió hace cuarenta años, durante la década de la revolución sandinista.

Ciertamente no es nueva la táctica de recurrir a los sentimientos religiosos para atraer simpatizantes o movilizar a grupos a favor de determinadas políticas, pero constatarla como una modalidad cada vez más presente y dominante en el quehacer político latinoamericano evidentemente representa una regresión en la cultura política de la región y en la construcción de modelos democráticos. Con esta tendencia, la voluntad de los ciudadanos para decidir sobre las leyes y destinos de sus países resulta anulada, pues todo se atribuye a la voluntad sobrenatural.

La vieja demanda del liberalismo clásico, eje importante de la democracia como sistema político, como lo es la separación de los asuntos religiosos de los del Estado, parece ahora estar de capa caída y en retirada. El asunto no es una cuestión de Dios, es resultado del desprestigio en que han caído los dirigentes y partidos políticos. Los votantes han dejado de creer en ellos y por ello se inclinan a depositar su confianza y sus votos en aquellos que más mencionan a Dios o dicen hablar con él.

FOTO: Secretaría de Prensa de la Presidencia de El Salvador