Las caravanas migrantes desde Centro América y el mito del “sueño americano”

GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ*/ TORONTO /
En su informe sobre las caravanas migrante de octubre-noviembre de 2018, la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA, por sus siglas en inglés), que promueve y defiende los derechos humanos, criticó la amenaza del presidente Donald Trump de reducir la ayuda a Centroamérica si los gobiernos de la región no contribuyen a disminuir esos flujos de migrantes.

El organismo expresó además su preocupación por que tal medida debilitaría los esfuerzos orientados a lidiar con las causas de la migración, y al igual que muchas crónicas periodísticas publicadas esos días, señaló que esas causas son la violencia, la corrupción, la pobreza, las sequías y las inundaciones producidas por el cambio climático.

UNICEF, por su parte, expresó que los menores que migran lo hacen para reunirse con sus familias, para conseguir un trabajo y mejorar el nivel de vida, o porque huyen del abuso familiar o la violencia sexual de la que son víctimas.

Pero, apuntar a esos fenómenos y problemas sociales como la causa de la migración es solo apuntar los síntomas de la enfermedad, no a la enfermedad. Una de las causas profundas es la desigualdad económica y social que predomina en esas sociedades, que a su vez tiene su origen en el injusto orden económico internacional y el desigual intercambio entre las naciones industrializadas y los países empobrecidos, conceptos a los que ahora ya no se hace referencia.

Otra razón profunda es la anulación o el fracaso de los intentos de transformar esas sociedades durante la década de los años setenta y ochenta del siglo pasado, cuando se dio una rebelión popular que fue ahogada en sangre por los ejércitos y las élites de esos países, que contaron además con una generosa ayuda del gobierno estadounidense de turno. Y encima de ese fracaso, impusieron políticas neoliberales que ensancharon las desigualdades y dificultaron aún más las posibilidades de que vastos sectores de la población tuvieran acceso a educación, salud y a gozar de un salario y de un techo digno.

Así se cerraron las puertas para que cientos de miles de salvadoreños, guatemaltecos, hondureños y nicaragüenses pudieran gozar de una vida digna. No se les dejó más opción que marchar a otros lados.

Se señalan también los desastres naturales (como los terremotos) y los fenómenos provocados por el cambio climático, como sequías e inundaciones. Pero debe prestarse atención a que las sequías e inundaciones afectan principalmente a las personas con menores recursos económicos. Es decir, las muchas veces esas personas son afectadas principalmente por las frágiles condiciones en que viven, más que por la dimensión del fenómeno natural. La prueba es que quienes están en el 1% o muy cerca del 1% de los privilegiados del mundo no se ven obligados a migrar por estos fenómenos.

Muchos informes y notas periodísticas también repiten constantemente que los migrantes van en busca del “sueño americano”. Debo decir que no se trata sólo del “sueño americano”. Los migrantes de América Central, como los de otros continentes, migran en busca de un trabajo donde puedan devengar un salario que les permita mantener a sus hijos, enviarlos a la escuela, a construirse una vivienda, a poder pagar un médico. Ese no es un “sueño americano”, es el sueño de todo ser humano.

¿Quién no quiere tener un trabajo estable? ¿Quién no desea sentirse seguro? ¿Quién no desea una vivienda confortable? ¿Quién no desea ver que sus hijos estudien y prosperen? Cuando se sufre una enfermedad, ¿quién no desea tener la posibilidad de ser atendido por un buen médico? Esos no son sueños solo de “americanos”.

Niños y jóvenes migrantes han comentado también que su sueño era “aprender a jugar futbol muy bien”, pero que no podían hacerlo en los lugares donde vivían porque ni siquiera había canchas o campos para jugar. Otros aseguran que querían ser un deportista como esos reconocidos jugadores que aparecen constantemente en la televisión, otros que les gustaría poder estudiar medicina o ser ingeniero, o simplemente tener buenos estudios.

¿Son esos sueños exclusivos de los niños estadounidenses? ¿No tienen derecho los centroamericanos a tener también esos sueños y a buscarlos? ¿Por qué negarles la posibilidad de perseguir sus sueños?

*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con un doctorado en Estudios Latinoamericanos, y actualmente es profesor de la Universidad Autónoma de México. Recientemente estuvo en Toronto para dictar una conferencia sobre las migraciones centroamericanas hacia los Estados Unidos.