FRANCISCO REYES / TORONTO /
Conocida en círculos literarios y en peñas culturales de esta ciudad por su poesía testimonial, la escritora salvadoreña-canadiense Bertha Ramírez está marcada por una historia de dolor y exilio producidos por la guerra que desangró al país centroamericano por más de 10 años.
Bertha Ramírez supo conjugar su creatividad literaria con las heridas que las circunstancias históricas de muertes le fueron presentando y con su labor inmediatamente posterior de defensa de los Derechos Humanos fuera de El Salvador.
Su historia se enmarca en la guerra brutal que dejó como saldo más de 90 mil muertos y desaparecidos, y millones de exiliados que huían de las luchas intestinas armadas en “el Pulgarcito de América”.
En 1976 su hermana Rosa Estela Ramírez fue desaparecida. Varios tíos maternos y sobrinos, asesinados y/o desaparecidos. Ella, bajo persecución política. Tenía encima la vigilancia de los Escuadrones de la Muerte. “Nosotras venimos de una historia de esa naturaleza, de asedio y vulneraciones”, expresó con lamento.
“A raíz de la desaparición de mi hermana, mi madre empezó a luchar para dar con su paradero. Fue cofundadora del ‘Comité de Madres de Monseñor Romero’ y se convirtió también en perseguida política”, empezó a narrar con fluidez la historia familiar, agregando que “dos veces los soldados llegaron a mi casa (buscando a su madre) y en una de esas acostaron a mi abuela de 80 años en el suelo, la vendaron y la iban a fusilar, pero un soldado se opuso”.
La madre de la escritora tuvo que refugiarse en Costa Rica, “pero no se quedó quieta. Se juntó con los centroamericanos que tenían los mismos problemas de familiares desaparecidos y fue cofundadora de la Asociación Centroamericana de Familiares de Desaparecidos” (ACAFADE). Luego, cofundadora de la Federación Latinoamericana de Familiares de Desaparecidos de toda Sudamérica (FEDEFAM), que llegó a convertirse en un organismo de consultas del Consejo Económico y Social de la ONU”, amplió.
En 1985, la persecución política aumentó y Bertha se refugió en Costa Rica como madre soltera con tres niños. “Los eduqué bien y los mantuve bien ocupados en la escuela y en programas extracurriculares. Hoy son profesionales”, dijo.
“En Costa Rica trabajé como voluntaria de los Derechos Humanos en ACAFADE. Me encargaba de casos legales de desaparecidos en Centroamérica y los tramitaba al Comité de los Derechos Humanos de la ONU y a las ONGs a través de un teletipo”, siguió contando. “Fui responsable de varias publicaciones, entre ellas, el informe periodístico semestral, el boletín y los reportes anuales de la organización”.
Destacó que a raíz de esa labor el Instituto Interamericano de los Derechos Humanos, creado mediante acuerdo del gobierno de Costa Rica con la OEA, “me tuvo que educar como si fuera abogada de ONG. Me indicaron todos los procedimientos de la ONU, convenciones y leyes, para que estuviera hábil en ese tipo de trabajo”.
En 1991, pensó en un mejor futuro para sus hijos. “Sentí que era necesario moverme. Como había salido de El Salvador sin documentación protegida por la ONU, y seguía bajo protección en Costa Rica, apelé al recurso de refugio en un tercer país. Mientras esperaba los trámites, los Estados Unidos me ofrecieron visado, pero mi destino era Canadá, donde llegué con residencia permanente”. A los tres años, ella y sus hijos se hicieron ciudadanos canadienses.
El gran obstáculo en Canadá fue el idioma “para poder seguir adelante. Me fui a estudiar inglés. Me encontré con que tenía que sacar de nuevo el diploma de secundaria, aunque me había graduado de bachiller en El Salvador. Volví a graduarme y me fui a trabajar a Welland, donde ingresé al Niagara College para estudiar Comercio Internacional, pero no encontraba trabajo y me fui a estudiar Arreglos Florales para Paisajes. Nada de empleo”.
“Regresé a Toronto y trabajé en departamentos de arreglos florales en supermercado. Pero me molestaba la espalda porque estaba deshabilitada y busqué trabajo en oficinas. Logré uno en una parroquia católica, donde duré tres años llevando la contabilidad, el listado de pago y todo el manejo de datas”.
“Volví a estudiar. Esta vez, Contabilidad. Al año, la Canadian Association of Payroll me certificó tres veces, el último, como CPP. Una organización me colocó en el RBC (Royal Bank of Canada) con un contrato como analista de Tecnología de la Información y allí me jubilé”, dijo.
En cuanto a la Literatura dijo que eso venía de su madre, que publicaba en una revista. “Cuando estaba en la secundaria escribía poemas y fui premiada en la escuela. Me di cuenta de que podía escribir. Todas las cosas que viví las tenía que expresar en poemas”. Suspendió la escritura debido a la guerra y la continuó cuando llegó a ACAFADE.
En Toronto conoció a escritores canadienses. Publicó su primer libro “Poemas de Niños, de Amor y Guerra”. Luego un segundo, también de poemas. Ha publicado en inglés para un boletín de mujeres indígenas y otros boletines.
“Ahorita trabajo una novela. Ya terminé el borrador sobre dos estudiantes universitarios previos a la guerra. Fue escrito en inglés. En español se titula “Alberto, el hombre de la ciudad de niebla”.
En sus andanzas, conoció a Gabriel García Márquez, al ex secretario de la ONU, Adolfo Pérez Esquivel, y a Fidel Castro.