Envejecimiento poblacional e inmigración, un debate imprescindible

HORACIO TEJERA / TORONTO /
Entre los temas más acuciantes de nuestro tiempo existen dos con naturalezas diferentes pero que están íntimamente ligados entre sí: el envejecimiento poblacional y las migraciones y desplazamientos poblacionales desde zonas en conflicto y/o menor desarrollo hacia el mundo desarrollado.
Veamos algunas características del primero para analizar más adelante el modo en que se vinculan entre sí.

El envejecimiento poblacional es el aumento del porcentaje de personas de edad y la disminución del porcentaje de personas jóvenes en una sociedad.

Sus causas son, por un lado, el descenso sostenido de la cantidad de hijos que tiene cada mujer y, por otro, el aumento de la expectativa de vida de las personas de más edad. Ambos fenómenos han estado ligados desde hace más de un siglo al industrialismo, la urbanización y los avances científicos y técnicos (sobre todo en lo referido a la salud). Desde mediados del siglo XX se han sumado a dichos factores el mejoramiento de los métodos contraceptivos, la entrada masiva de las mujeres al mundo laboral y a la educación, así como la tendencia creciente a que se respeten sus derechos de decisión sobre sus propios cuerpos.

El envejecimiento poblacional es, como podemos deducir, una consecuencia inseparable del desarrollo social y económico de las sociedades modernas y, vale la pena remarcarlo, se trata de algo que sucede por primera vez en la historia y para lo cual, por lo tanto, nuestra especie y nuestra cultura no tienen experiencia adquirida ni herramientas adecuadas. Se trata de un proceso de largo plazo que seguirá su tendencia creciente a nivel mundial por al menos 4 décadas más, y lo que está previsto es que para entonces los porcentajes de personas de edad y de personas jóvenes se equilibren, pero sin que la tendencia se revierta.

Esta situación presenta riesgos y oportunidades, pero básicamente es un enorme desafío que la humanidad tiene por delante en los más diversos terrenos: el urbanismo, la salud pública, los sistemas de cuidados, las estructuras familiares o la seguridad social. Para no detenernos en cada uno de ellos, analicemos el último.

Nuestros sistemas de pensiones tienen un componente esencial de solidaridad intergeneracional, es decir que las pensiones de las personas que se retiran no equivalen a lo que han ahorrado, sino que son el resultado de los aportes que hacen al sistema las personas que están en actividad. Cuando la relación entre la cantidad de personas que aportan y la cantidad de personas que se retiran es, por ejemplo, de 4 a 1, el sistema es sustentable y genera recursos extra. Cuando esa misma relación pasa a ser de 2 a 1 y la expectativa de vida de los retirados crece considerablemente, es previsible que el sistema, si no es reformulado de alguna forma, colapse.

Las estrategias más ensayadas para evitar ese colapso, si bien tienen cierta racionalidad desde el punto de vista económico, conllevan una buena dosis de crueldad e injusticia: recortar las pensiones para que la masa de dinero aportada se reparta en porciones más pequeñas y aumentar la edad de retiro para que el número de beneficiarios disminuya, lo que equivale a ir eliminando las consecuencias del problema mientras el problema se agrava. Es cierto que hay personas que no sólo están en condiciones, sino que además desean trabajar por encima de los 65 años de edad… pero eso no es cierto para todas las personas ni para todas las actividades y existen circunstancias en las que es imposible o es socialmente rechazado. Basta ver los enfrentamientos que la reforma previsional provocó en Argentina sobre fines de 2017 para aquilatar los riegos que ese tipo de solución acarrea.

Por supuesto, existen otras formas de enfrentar el desafío, cada una con sus propios límites y restricciones: 1) aumento de la productividad por trabajador, de modo que menos aportantes cubran con más aportes el déficit generado por el envejecimiento poblacional y, como medida adicional, un impuesto a la robotización, que disminuye el empleo y por lo tanto los aportes que éste genera. 2) Promover la natalidad, es decir incentivar a las familias y en especial a las mujeres a tener más hijos, variante que no sólo no ha tenido éxito en los países en los que se ha ensayado sino que está desaconsejada por organismos internacionales. 3) Implementar políticas inmigratorias que a la vez de reducir los riesgos que algunas personas sufren en sus países de origen, generen demografías sostenibles en los países que las reciben.

Este último tema nos concierne particularmente tanto en relación a nuestro pasado personal como a nuestro papel como comunidad activa y responsable hoy. Podemos y deberíamos aportar lo que la vida nos ha enseñado.

Retomaremos esta reflexión en la siguiente nota, siguiendo la línea de análisis que Latin@s en Toronto, con el aporte del Demógrafo Héctor Goldar, viene desarrollando en el ciclo de webinars del proyecto Conéctate, financiado por el Ministry of Seniors Affairs de Ontario y apoyado por el Departamento de Español de la Universidad de Toronto y el Hispanic Canadian Heritage Council.

Para quienes deseen incorporar elementos a un debate apasionante e imprescindible, les proponemos acceder a la webinar “Envejecimiento poblacional, inmigración e identidad”, disponible gratuitamente en www.latinasentoronto.org y hacernos llegar sus opiniones.