Crónica de un Día de Invierno, con “I” mayúscula, en la ciudad de Toronto

MARCO GUZMÁN / TORONTO /
Esperando un tren subterráneo en la estación Bloor/Yonge vi un ratón tratando de recoger algunas migajas caídas entre los rieles. Inmediatamente pensé en Farley Mowat, autor del libro “Never Cry Wolf”, puesto en forma de película por Producciones Walt Disney, ya que estos roedores dificilmente se olvidan porque son de la vida real. El escenario de nieve es magnífico y tiene un toque humano hasta con humor genuino. La película muestra hermosas e imponentes vistas panorámicas del norte canadiense.

A medida que iba pasando las diferentes estaciones del ‘Subway’ también me vino a la mente parte de un poema escrito por mi amiga Midnight Sun, una indígena de la Nación Ojibwa que más o menos dice así:
“Nieve barrida por el viento / Danzando como una amaranta / Haciendo zetas en la autopista / Persiguiéndose tormentosos / En ondulantes susurros / Sombras en la distancia Nieblan mis ojos”.

Para cuando llegué a mi destino (Coxwell Subway Station) cerca donde vivo, en la parte Este de esta ciudad, ¡estaba nevando! Las luces de las calles dan una hermosura adicional cuando cae la nevada. El reflejo de la luz hace que todo alrededor sea más brillante, más vívido. La nieve cubre multitud de pecados, multitud de mutilaciones hechas por la mano del ser humano a la madre naturaleza o Pachamama. El suelo llega a ser más redondeado, sensualmente ondulado. Mis palabras son impotentes cuando trato de describir tanta blancura, calma y hermosura.

Me gusta caminar sobre la nieve y escuchar el crujir de nieve comprimida: cric crac cric crac… Y a medida que caminaba hacia donde vivo, inconscientemente vi cómo los árboles ya sin sus hojas se cubrían de nieve, mientras muchos sólo piensan en acurrucarse junto a un fuego hogareño. Crucé la calle y llegué a la puerta de mi domicilio y aún me di una vuelta para sonreír y mirar los copos de diferentes formas y tamaños, hasta traté de atraparlos y juguetear con ellos.

Mi amigo Inuit Denis Inglangasuk, de Aklavik, en los Territorios del Noroeste Canadiense, decía que hay 27 sustantivos para referirse a la nieve. Por ejemplo: estrellada, seca, brillante, mojada, cristalina, redonda, compacta, alargada, etc.

Aquí estoy en mi habitación en el país del Invierno con “I” mayúscula; pienso en el invierno que unos años atrás pasé en Big Trout Lake, una Reserva indígena en el noroeste de Ontario, y pienso en mi tierra natal a orillas del Lago Titikaka, allá al Sur del Ecuador, donde ahora mismo se tiene verano y hay preparativos para carnavales o Anata. Pero este Invierno hace que me sienta feliz porque se prolongará un par de meses, por lo menos más al Norte.

El Invierno hace que me sienta más directo, me hace más consciente, porque antes de ir afuera, uno tiene que prepararse, seleccionar ropas apropiadas que abriguen, gorro, parka, guantes, bufanda, chaleco, medias gruesas de lana, buenas botas, etc.

Estoy consciente del frío intenso, hasta me hace exclamar ¡“mama mía”! Un 10 de enero hace 125 años Toronto tuvo la noche más fría (-33 grados centígrados) y no hace mucho el alcalde Mel Lastman tuvo que llamar al ejército para que limpien las calles llenas de nieve.

La reciente tormenta de nieve caída la última semana en Toronto interrumpió y obligó a cancelar centenares de vuelos en el aeropuerto internacional ‘Lester B. Pearson’ de Toronto y ya se pueden imaginar las consecuencias que conlleva la cancelación de vuelos gracias a la cosa blanca. Ante la masiva caída de la nieve acompañada de vientos huracanados, la Alcaldía de la ciudad preparó su equipo pesado de limpianieves y almacenó toneladas de sal para regar sobre las principales calles, avenidas y autopistas.

Cuando en mi querida Huarina, en Bolivia, la temperatura baja a -10 grados centígrados, decimos que esa noche hasta las piedras lloraron. Porque sin estas precauciones de abrigarse apropiadamente, dificilmente se puede sobrevivir si uno trata de ir a la esquina por unos minutos en traje casual.

Hay tantas facetas del invierno. Al día siguiente el sol calienta mi ventana, ha transformado las formas cristalinas de hielo en gotas de agua, y una vez que los rayos solares son obstruidos por la sombra de la casa vecina, estas gotas vuelven a congelarse, formándose una vez más una masa de brillantes cristales. Cambio y transformación tienen lugar en adición a la paz y sueño en el curso de un día en invierno.

Definitivamente el Invierno hace que me sienta feliz, me da tiempo para trabajar, de concentrarme en actividades dentro de las paredes de la casa. Después del trabajo diario en la oficina donde presto mis servicios, el retorno a mi habitación me da una sensación de gozo, de agradecimiento al Creador. Para mí, el Invierno es seguramente la mejor época del año.
Foto: Jennifer Keesmaat / Twitter