Un debate más allá de la crisis venezolana

FRANCISCO REYES / TORONTO /
En carta publicada la semana pasa en estas páginas, el señor Rodolfo Molina critica con acrimonia nuestro artículo de análisis “Venezuela, vista desde Canadá”, con fecha 12 de mayo, en nuestra columna “Encrucijada”.

El autor tergiversa algunos puntos de nuestro escrito, con epítetos antojadizos que no se corresponden con nuestra concepción ideológica, al partir de suposiciones. Por lo que no veo la necesidad del ataque, dado que, deducimos de su carta, hay entre ambos más puntos convergentes que divergentes en nuestras formas de pensar.

Sin embargo, creo oportunas algunas aclaraciones para evitar que lectores malintencionados se formen ideas erróneas sobre nuestra praxis política y religiosa, con fines de descrédito.

El polemista nos acusa de pro imperialista, ignorando nuestro rechazo a toda forma de imperialismo que oprime y aliena al ser humano. Los imperios no colocan al hombre por encima del Estado o del mercado, sino que lo subordinan y los vuelven esclavos de éstos.

Basta señalar que en el imperialismo soviético la clase obrera estaba al servicio de la construcción y preservación del Estado, con la promesa de alcanzar el “paraíso de los trabajadores”, con el salto a la sociedad comunista, como planteaba Karl Marx.

En el capitalismo, representado por el híper imperialismo norteamericano (como lo denominó el novelista John Le Carré tras la invasión a Iraq), la clase obrera está al servicio de los dueños de empresas privadas que aumentan sus fortunas con la producción de bienes para el mercado, explotando a los trabajadores, que venden su mano de obra por un salario de miseria.

En ambos casos, los hombres son explotados, enajenados y despojados de lo único valedero que poseen: su dignidad humana autónoma.
Nos acusa, además, de “manipular las palabras del Papa Francisco”, quien, según el polemista, “apoya y defiende el diálogo propuesto por Maduro”. Ante la ausencia de diálogo, el Sumo Pontífice propone una “solución negociada” “con condiciones”, esto es: elecciones libres, secundada por el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), reunido en San Salvador del 19 al 21 de mayo.

El mandatario venezolano se empecina en realizar una Constituyente, en lugar de elecciones, para aferrarse poder. Tras las declaraciones del CELAM cambió de idea, anunciando que en Venezuela habrá elecciones en el 2018 “llueva, truene o relampaguee”. La semana pasada volvió a cambiar de idea y prefiere la Constituyente. La oposición no quiere ninguna de las dos: busca sacarlo del poder a como dé lugar con las manifestaciones de protesta auspiciadas por EEUU y la oligarquía criolla. ¿Hacia dónde quieren ir, si no es hacia el desastre, con sus posiciones tercas y sin diálogo? ¿A qué le teme Maduro, si tiene la mayoría?

Al referirme a las naciones que se adhieren a la petición del Papa Francisco, no pretendemos que “le den clases en materia de democracia a Venezuela”. El Sr. Molina sueña con encontrar naciones puras propias de la burbuja de jabón de “El Principito” para que medien en la crisis. ¿Cuáles países de América Latina están exentos de corrupción administrativa o fraude electoral?

En el plano teológico compartimos la fe cristiana desde la óptica de la “opción preferencial por los pobres”, que es el núcleo de la Teología de la Liberación. Pero el Sr. Molina parece confundirla con un cuerpo de doctrina política y no como reflexión teológica en función de los pobres. Esta teología, proscrita por Juan Pablo II en 1979, volvió a la Iglesia con el Papa Francisco en el 2014, después que en el 2013 Gustavo Gutiérrez y el ahora Cardenal Gerald Müller, en el libro de ambos, “Al lado de los Pobres”, la “limpiaron” de los aspectos que la ataban a principios ideológicos ajenos a la esencia del Evangelio.

Saca a relucir las palabras de Pedro Casaldáliga, quien afirma que “el cristianismo es por principio anti imperialista”. Se trata de una opinión personal del obispo emérito brasileño sin fundamento evangélico, que en ningún momento asume posición política contra el imperio romano.

Si Jesús hubiera sido anti imperialista, no hubiera pasado de Cafarnaúm, aldea en que se fue a residir tras haber proclamado su misión en Nazaret. Pero los romanos no vieron peligro en sus prédicas y lo dejaron actuar con libertad.

Contradecimos a Casaldáliga. Opinamos que Jesús fue imperialista. Vino a defender el imperio de la verdad en un mundo caminando sobre la mentira. Él mismo se autodenomina “el camino, la verdad y la vida”, como la puerta angosta por donde han de pasar los que desean entrar en el Reino de los Cielos.

El programa de Jesús no es político, sino religioso. No negamos que en su Evangelio hay implícita una Teología Política, pero esa no es su misión. La revolución de Cristo empieza en el interior del ser humano. Sin esa transformación interna, no es posible hacer la otra revolución para promover a los pobres, pues la ahoga el egoísmo, las luchas de facciones y la ambición de poder, como está ocurriendo en Venezuela.

Los cristianos de hoy ciertamente estamos llamados a un mayor compromiso socio-político del lado de los pobres. Pero hay que respetar las decisiones de otros, que sólo se dedican al culto y el rezo.

*Francisco Reyes puede ser contactado en reyesobrador@hotmail.com