EK & RB / TORONTO /
Algunas veces las cosas suceden porque uno las decide, otras, porque simplemente llegan al estar en el lugar correcto en el momento adecuado. Este segundo escenario es el que le tocó vivir al cirujano Gonzalo Sapisochin, quien es ahora ya todo un feliz torontiano.
Desde el Buenos Aires de sus padres y abuelos hasta el Madrid Natal hay sabores de encuentros y desencuentros; el aroma de un “apple pie” con el sabor irreverente de la canela, el “gefilte fish” para celebrar algo durante años acallado o los ñoquis hechos con la ayuda de cuatro manos pequeñas.
Gonzalo Sapisochin arribó a Toronto en diciembre del 2013. Un recibimiento frio, una ciudad cristalizada por doquier. Un comienzo duro para un joven de 33 años que llegó con la ilusión de continuar su formación en trasplantes hepato-biliar en uno de los mejores centros de formación en el área del mundo. Un “Fellowship” que duraría dos años para luego retornar a Barcelona, a su puesto de cirujano de planta en el Hospital Universitario Vall d’Hebron.
Pero el estar en el lugar adecuado en el momento correcto, suspendió el retorno. Luego de una basta charla con su esposa, decidieron aceptar la posición en el Toronto General Hospital en el equipo de trasplantes multiorganos y como “assistant profesor” en la Universidad de Toronto. Para entonces sus dos pequeños hijos ya hablaban inglés, castellano y catalán, y el frio no era un padecer sino toda una aventura.
Despertarse a la madrugada para salir a andar en bicicleta, llegar puntual al hospital a las 8:00 am y preparase para un intenso día laboral. Operar, enseñar, investigar. Regresar a su casa y deleitarse cocinando, disfrutar de sus hijos, enfrentar los nuevos y diversos retos que las diferencias culturales presentan. Así son los días de Gonzalo en Toronto.
La pasión de Gonzalo por el trabajo de investigación y su afán por impactar positivamente en la vida de la gente se hace visible apenas comienzo mi charla con él. Encuentro a un hombre alegre, sensible, que echa de menos a sus amigos en España y anhela aquellos encuentros espontáneos despojados de la formalidad canadiense.
En algunos años, cuando su trabajo en Toronto logre mejorar la calidad de vida de alguien en Taiwán, quizás entonces todo lo difícil que conlleva el cambio, habrá seguramente valido la pena.