EK & RB / TORONTO /
“Tengo miedo a la oscuridad” le decía a su madre. “Será porque naciste a las dos de la tarde” contestaba ella. Así comienza Luis su narración. Sentada en un café charlando con mi entrevistado, puedo aun percibir el aroma de fruta fresca que con gran detalle en su relato Luis Alberto Carillo me invita a imaginar.
De niño, en su El Salvador natal, soñaba con ser “Miquero”. Ante una mirada que denota absoluto desconcierto, Luis me aclara que los miqueros son los trabajadores que al igual que los micos, se trepan a los árboles. Su trabajo reside en cortar a mano las copas y ramas.
Poco le duró el sueño a este joven de catorce años. Cuando se accidentó cayéndose al suelo, dejó de percibir 13,50 Colones que cobraba semanalmente en una finca de café. Luego comenzó su trabajo en una ferretería. Como había estudiado hasta sexto grado, Luis pasó a los quince años a trabajar en el banco. Para eso, cuenta entre risas, tuvo que falsificar el documento. En la alcaldía local dijo tener dieciocho. Luis fue por más. Estudió cuatro años para ser tenedor de libros y así pasó a un puesto de mejor jerarquía.
Quiso el destino que la visa para Estados Unidos le fuera negada. Entonces, en 1971 viajó a Canadá. No sería hasta 1976 que pudo recién traer a sus tres hijos. Antes de estudiar turismo y trabajar en ese campo, hizo infinidad de tareas. Una de ellas como “bus-boy” en un famoso “Steak House” de la calle College. Allí atendió a personalidades del jet set político y cultural de Toronto. Luis fue activista político para el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional.
Con cierta nostalgia, Luis cuenta que solía correr entre 10 y 25 kilómetros diarios. Una mañana, su fiel compañero Naska se enredó con su correa en los pies de su amo. Luis cayó en un pozo y se rompió los ligamentos. Luis continuó yendo al Christie Pits para caminar. Se sentaba en un banco largo que hoy ya no existe y poco a poco se iba acercando a un grupo de pandilleros de habla hispana que era un problema para el barrio.
Con paciencia y gran estrategia, Luis se ganó la confianza de las diferentes pandillas. Naska jugaba con los “pitbulls” y Luis escuchaba con atención las quejas y necesidades de los jóvenes. Fue así que al poco tiempo pasó a ser su mentor y protector ante la policía.
Luis, junto a otras personas bogaron fuertemente por mejorar el presente de estos chicos y solucionar un complejo problema social que afectaba a toda la comunidad de Christie Pits. A través de diferentes proyectos, “Life Skills” “Supper evening program”, existió por primera vez para estos jóvenes la aceptación e inserción social. En este último programa, los ahora ex pandilleros compraban la comida y cocinaban para una cena comunal a la que asistían policías, abogados, vecinos y quien quisiera formar parte de este proyecto. La financiación de un proyecto llevó a otros.
Cuando fue llamado para recibir el titulo de Maestría de Educación, quien le entregó el diploma fue uno de los clientes a los que había atendido como mesero en aquel primer trabajo en Toronto. Entre miradas y sonrisas cómplices, los dos comprendieron que era el destino quien volvía a cruzar sus caminos.
Hoy como voluntario, Luis continúa ocupando el mismo escritorio y es reconocido en la comunidad como parte inseparable del Concejo de Desarrollo Hispano.
Antes de terminar y con decenas de anécdotas que narró durante casi tres horas, Luis me cuenta emocionado: “Mis mejores maestros han sido los jóvenes”.