OSCAR VIGIL / TORONTO /
Era la época de la guerra en El Salvador, esos años cuando la política iba de la mano con la muerte, cuando el país se dividía entre buenos y malos, y cuando el oficio del periodismo era una ocupación de alto riesgo.
Era 1989, año en que las entonces guerrillas del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) lanzarían su más decisiva ofensiva militar contra las Fuerzas Armadas Salvadoreñas, enfrentamiento que dejó en claro que la guerra civil estaba estancada y que la única salida era una solución negociada.
En esos años, los periodistas salvadoreños se dividían fundamentalmente en dos grupos: la prensa local y la prensa extranjera, siendo esta última, por las características mismas del conflicto, la mejor enterada y por tanto la más abierta para informar objetivamente.
En cada uno de estos grupos había subgrupos, conformados por áreas de trabajo, por historias compartidas o por afinidades de diverso tipo.
Uno de estos grupos era el grupo de “Los Doctores”, cuatro periodistas de medios internacionales que se volvieron muy afines en el diario vivir del país con su guerra y con su violencia. Dieron cobertura conjuntamente tanto a acontecimientos ocurridos en las montañas del país como en los barrios de las ciudades y en el extranjero.
Any Cabrera era corresponsal en El Salvador de The Associated Press, agencia de prensa estadounidense; Ricardo Bracamontes era el Director de Salpress, una agencia basada en México que tenía estrechas relaciones con el movimiento revolucionario; Ivan Gonzalez trabajaba para el periódico estadounidense Los Ángeles Times, y yo era corresponsal del periódico mexicano El Día.
Nos conocimos al calor del conflicto. Con Any y con Iván en El Salvador, y con Ricardo en México. Y desde que nos encontramos por primera vez nos envolvió una fuerte amistad, ese tipo de afecto solidario que probablemente sólo se encuentra espontáneamente en momentos difíciles como una guerra. De dónde surgió el apodo de “Los Doctores” no lo recuerdo, pero probablemente fue porque entre nosotros nos llamábamos doctor y doctora… ¡en ciencias ocultas!
Los cuatro, juntos en algunas ocasiones, dimos cobertura a eventos de la guerra en las profundidades de las montañas de El Salvador, entrevistamos clandestinamente a comandantes guerrilleros en los más impensables lugares en la ciudad capital, y reportamos sobre encuentros con las principales figuras del conflicto en Nicaragua, Costa Rica y México.
Sin falta nos encontrábamos durante las diversas rondas de negociación que realizaron las partes en conflicto en países del extranjero, así como también nos sentábamos a filosofar durante largas horas, ya fuera con un café o con un trago, en los mejores y en los peores lugares de varias ciudades. Era definitivamente un extraordinario grupo de amigos.
Cuando terminó la guerra, en 1992, decidimos escribir un libro sobre las intimidades del conflicto, pues colectivamente teníamos una cantidad impresionante tanto de información confidencial como también de anécdotas (buenas, malas y feas) de los principales actores de esa tragedia que duró doce años, que mató a más de 70 mil personas y que generó cerca de un millón y medio de desplazados y refugiados.
Por ejemplo, conocíamos historias folclóricas entre el General del ejército Mauricio Vargas y la Comandante guerrillera Nidia Díaz, pero también manejábamos información privada obtenida directamente de manos de los negociadores de la Organización de Naciones Unidas. De hecho, algo que llegamos a valorar muchísimo fue las conversaciones “off the record” con Álvaro de Soto, el mediador oficial de la ONU, quien siempre que el proceso se estancaba buscaba a la prensa para conversar “off the record”, con el objetivo claro de que las noticias ayudaran a desentramparlo.
El libro sobre el conflicto llegó únicamente hasta su etapa de planeación, con los capítulos y sus anécdotas, así como las fuentes a entrevistar, bien definidos. Porque con el correr de los días, y luego de muchas conversaciones, nos dimos cuenta que con la guerra aun fresca no era todavía el momento adecuado para contar esas historias prohibidas que hubo y aun había tras bambalinas.
Lo pospusimos para dentro de algunos años, pero ese momento nunca llegó.
Any se fue de corresponsal a Brasil; Iván emigró para los Estados Unidos, donde hoy trabaja para la Agencia EFE; y yo me vine para Canadá. El único que se quedó en El Salvador fue Ricardo, dedicado a la docencia universitaria.
Después de trabajar en Brasil, Any se desplazó hasta México, donde era la editora jefa para América Latina de la Agencia The Associated Press.
La tarde del lunes, uno de sus colegas en la AP escribió la nota principal de la agencia para ser distribuida en el continente: “La veterana periodista del servicio en español de The Associated Press, Any Cabrera, quien cubrió muchas de las historias más importantes de Latinoamérica durante 33 años en la cooperativa noticiosa como reportera y editora, murió repentinamente el lunes en la mañana en su casa de Ciudad de México”.
La trágica noticia la divulgó primero el fotoperiodista Luis Romero “La Muñeca”, compañero de labores de Any por muchos años, y quien es uno de los fotógrafos más universales que ha tenido el país. Luego, me avisó “el doctor” Iván, con la tristeza claramente reflejada en sus letras.
Lo único que alcancé a decirle la mañana del martes fue: “Sí doctor, me di cuenta anoche, pero decidí enterarme hasta hoy, porque era una noticia demasiado dura para asumir”.
Descanse en paz Doctora Any, la vamos a extrañar muchísimo.