OSCAR VIGIL / TORONTO /
“La catrina” se paseó libremente por Toronto el fin de semana, pero no se llevó a nadie. Con su típico sombrero de ala ancha y sus lujosos vestidos, esta dama calavera se convirtió en el centro de las celebraciones del Día de los Muertos, una tradición mexicana que poco a poco se está afianzando en Canadá.
En el Royal Ontario Museum (ROM) la celebración se realizó en el marco de la exposición “Viva Mexico: Clothing & Culture”, y fueron la curadora Chloe Sayer y dos artistas mexicanos de visita en la ciudad quienes se encargaron de presentar a “La Catrina” a la audiencia.
Así, Sayer, una canadiense que tiene el corazón en México dado que le fue robado en los años 70 por un mexicano cuando llegó como profesora de inglés a dicho país, habló sobre la rica tradición mexicana del “Día de los Muertos”, la cual se ha convertido en una de sus principales fascinaciones, según explicó.
Dijo que “La Catrina” es una figura grabada en zinc por el artista José Guadalupe Posada en el año 1910, la cual luego fue bautizada y popularizada como tal por el muralista Diego Rivera en el año 1947.
Chloe Sayer brindó un recorrido virtual sobre la historia y las diversas tradiciones que acompañan a esta celebración en las diferentes regiones de México, las cuales sobresalen por la diversidad de altares que se les dedican a los difuntos.
Ejemplos de dichos altares pudieron ser admirados en las salas de exposición del ROM, las cuales resultaron pequeñas para los miles de torontianos, particularmente jóvenes, que esa noche se hicieron presente para celebrar sus tradicional fiesta de Halloween con un toque de las tradiciones del “Día de los Muertos”, mexicanos.
Los Mariachis y los tacos fueron los invitados de rigor, así como también por supuesto “La Catrina”, quien compartió los salones con zombis, Superman, marineros, gánster y todo tipo de personaje que se hicieron presente para celebrar la festividad.
Según la historia, “La Catrina” originalmente se llamaba “La Calavera Garbancera”, y “Garbancera” era la palabra con la que se conocía en esos años a las personas que vendían garbanza, quienes teniendo sangre indígena pretendían ser europeos, ya fueran españoles o franceses.
Así, por un lado surgió como una crítica a muchos mexicanos que siendo pobres aparentaban un estilo de vida europeo que no les correspondía, y al mismo tiempo dejaba claro que la muerte se llevaría por igual a pobres y ricos sin distinción alguna.
Y pobres y ricos se hicieron presentes el fin de semana a las instalaciones del Artscape Wychwood Barns, en la zona de las calles St. Clair y Christie, a donde Casa Maíz y el Colectivo Día de los Muertos llevaron de paseo a la dama calavera.
De hecho, “La Catrina” fue la anfitriona de la noche, la encargada de manejar un rico y variado programa que incluyó danzas indígenas, música, comida y, particularmente llamativo, la procesión de un difunto hacia el cementerio, acompañado de una banda musical.
Era como estar en un funeral de pueblo, con el difunto, su familia, los amigos, los curiosos y la banda marchado hacia la morada final, guiados por ese huesudo personaje ahora convertido en símbolo de una tradición centenaria.
Dicen los historiadores que originalmente “La Catrina” no tenía ropa sino únicamente el sombrero, pero que fue Diego Rivera quien le dio su atuendo característico, con su estola de plumas, al plasmarla en su mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”.
“El mural fue pintado al fresco en 1947, mide 4.70 x 15.60 metros y tiene un peso de 35 toneladas, incluyendo una estructura metálica que lo refuerza. Originalmente fue realizado por Rivera para un hotel muy importante en el Centro Histórico de la ciudad de México, el Hotel del Prado (destruido en los sismos de 1985) y actualmente está ubicado en el Museo Mural Diego Rivera, creado especialmente para preservar el mural, considerado uno de los más conocidos visualmente de la fructífera etapa del muralismo mexicano”, dicen las fuentes.
Como sea, “La Catrina” de Posada y Rivera definitivamente no dio miedo el fin de semana. Todo lo contrario, cumplió su cometido de ayudar a los presentes a tomar con humor ese destino final del que nadie se va a salvar.