El gran Bergoglio en La Habana

PapaenLaHabana2015GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ / MEXICO /
¿Qué tendrá Cuba que ahora todos desean visitarla? Todos, me refiero, a aquellos que antes la denostaban, que quisieron excluirla, aislarla – y esto no es una redundancia ni una ironía– que trataron de marginarla como se hacía con los leprosos en tiempos de Jesucristo o en la edad media; que recurrieron a todas la artimañas para –¿por qué no decirlo?– aplastarla. Pero todo les resultó infructuoso – también hay que decirlo–, gracias a la terquedad –es decir, los principios y la firmeza– de Fidel Castro y de la población cubana que le ha apoyado. Y como no pudieron acabarla, la visitan con declaradas intenciones de paz. Así, parece que Cuba se ha convertido en un nuevo lugar de peregrinación. En los últimos años hemos visto una curiosa romería de peregrinos visitando la isla.
Entre tantos curiosos visitantes destacan los tres últimos papas. Uno hasta podría llegar a creer que están viajando a La Habana para confesar y expiar históricos pecados de la institución que representan. Ahora le tocó el turno a Jorge Mario Bergoglio –el Papa Francisco I–, que algunos consideran grande (además de santo). Frei Betto, por ejemplo, aseguró que Jorge Mario está impulsando una revolución dentro de las anquilosadas estructuras eclesiales.

No puede negarse que algunas declaraciones y ciertos actos de Francisco I resultan audaces o atrevidos, pero lo son en virtud del inveterado conservadurismo de los jerarcas vaticanos, quienes después de los modestos pasos progresistas de Pablo VI, bajo la égida de Karol Wojtyla se enroscaron en posturas realmente recalcitrantes. Francisco, pues, no ha hecho más que mover levemente esas aguas estancadas. Es exagerado afirmar que está revolucionando al catolicismo. Y lo está haciendo, lo sabe muy bien, porque de lo contrario se quedarían cada vez más solos, dada las migraciones de fieles hacia otras denominaciones religiosas. Hasta la Iglesia Católica no puede ir contra la corriente de la historia y debe ajustarse al cambio de los tiempos.

Los diarios propiedad y al servicio de las grandes corporaciones transnacionales destacan que Bergoglio, no más pisar suelo cubano, retomó aquella frase que pronunció su antecesor Juan Pablo II, y que muchos han convertido interesadamente en un slogan: “que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”.

Si Francisco hablara honestamente, reconocería que estas palabras reflejan por lo menos una de las siguientes tres cosas, si acaso no las tres: desinformación, ingenuidad, mala intención o maldad. En resumen: falta a la verdad de los hechos. Veamos:

Ningún otro país del llamado tercer mundo en el hemisferio occidental, esto es, que sea comparable a Cuba, ha estado abierto tanto al mundo de la manera más humanitaria y solidaria, como lo ha estado Cuba en los últimos cincuenta años. Citemos un par de ejemplo: Cuba se abrió tanto al mundo que su participación fue decisiva para poner fin a ese despreciable sistema racista que imperaba en Sudáfrica y Namibia hasta principios de los años noventa. No estaría demás mencionar también las decenas de miles de brigadistas médicos y educadores cubanos que desde mediados de los años sesenta han estado presente en países de Asia, África y América Latina. ¿Y qué decir de los miles de jóvenes de países africanos y latinoamericanos que se han formado como profesionales en la isla? ¿Es eso estar abierto al mundo o no?

A lo que no ha estado abierta Cuba, o no totalmente abierta hasta ahora, es a la depredación de las transnacionales que, más que inversiones, lo que dejan en los países que penetran es contaminación, destrucción ambiental y más pobreza. Si no, que lo digan Honduras, Colombia, Perú, Ecuador y México, para mencionar sólo algunos. ¿Es a eso a lo que quiere el Vaticano que se abra Cuba?

Si verdaderamente quisiera impulsar una revolución, Bergoglio debería comenzar a decir las cosas por su nombre; llamar al pan, pan y al vino, vino. Las parábolas no parecen ser muy efectivas en esta época y, por cómo está el mundo, parece que tampoco lo fueron hace más de dos mil años. Es insuficiente condenar o expresar preocupación por el calentamiento global, la crisis ambiental, las guerras, las crisis de los migrantes, la exclusión y la pobreza sin mencionar el nombre del sistema culpable de esas situaciones; del sistema que se nutre y fortalece precisamente de las guerras, el empobrecimiento y la exclusión de las mayorías. El mismo sistema del cual Cuba ha querido distanciarse desde hace poco más de cincuenta años, construyendo una sociedad que busca garantizar las necesidades básicas a sus pobladores, entre ellas la salud y educación.

Cuba es pobre, tampoco puede negarse, pero si se compara con cualquier país del tercer mundo –que es con los que debería compararse–, es el único país que –como bien lo dicen ellos con orgullo–, no tiene niños en las calles hurgando la basura en busca de un mendrugo de pan para alimentarse. Y los cubanos tienen tanta dignidad y tanta entereza, que hasta un Papa podría aprender de ellos.

*Guillermo Fernández Ampié es profesor del Colegio de Estudios Latinoamericanos de la materia “Historia socioeconómica de Centroamérica”. Especialista en historia y pensamiento de Centroamérica. Ha sobresalido en múltiples colaboraciones académicas en estas áreas.