FRANCISCO REYES / TORONTO /
El título de este ensayo periodístico podría resultar escandaloso para algunos lectores. Anacrónico, para otros. Subversivo, para quienes contribuyen al mantenimiento del “status quo”, con la práctica de las diferentes formas de esclavitud moderna en todos los rincones del planeta.
Aunque existen otras formas de esclavitud que atañen a lo personal, como son las drogas, el alcohol, las apuestas, las modas, el consumismo, la gula, etc., nos limitaremos a las que se refieren al contexto laboral y financiero de los inmigrantes.
Podría ser anacrónico, en cuanto que la esclavitud fue una institución legal del pasado, abolida oficialmente sobre la tierra.
Escandaloso, porque no es concebible que, después de tanto “avance positivo de la conciencia humana”, haya formas sutiles de esclavitud laboral.
Subversivo, debido a que, al denunciar las formas soterradas de esclavitud, los que se lucran con ellas vean amenazados sus negocios y la destrucción de un sistema de explotación sostenido las más de las veces por la indolencia de gobernantes indiferentes que no asumen responsabilidades para eliminar esas formas del egoísmo humano.
Constituida ya como Estado democrático, los sucesivos gobiernos canadienses fueron abriendo las puertas a las corrientes migratorias que han creado actualmente, más que un Estado bilingüe, la nación más multicultural del mundo.
La Constitución canadiense y el Capítulo de Derechos de los ciudadanos protegen a todos los residentes en este país contra todas las formas de explotación y esclavitud, al menos en papeles. Sin embargo, esta protección es, en la práctica, negada a cientos de miles de residentes, de origen inmigrante, no vinculados con las raíces franco anglosajona, ya que son abusados en sus puestos de empleos y utilizados en negocios tales como la prostitución –prohibida por las leyes canadienses- y sus formas disimuladas conocidas como “danza exótica” y las “casas de masaje” o “spa”.
Además, muchos inmigrantes contratados cada año bajo el “Programa de Empleos Temporales en Canadá”, dadas las condiciones de pobreza en sus países de origen, vienen engañados por las ofertas tentadoras de ganar mucho dinero en una temporada.
Al llegar, los ofrecimientos se convierten en sufrimientos, porque no consiguen lo que les han prometido. Los someten a jornadas extenuantes, salarios por debajo de lo estipulado, hacinamientos en barracas, incautación de documentos y a las amenazas de regresarlos si denuncian a quienes los explotan.
Igual ocurre con las contratadas como camareras o bailarinas exóticas en “clubes nocturnos de entretenimiento”, donde son obligadas a ejercer la prostitución, que es el objetivo de los proxenetas. Las historias son espeluznantes. No menos trágicas son las narraciones de las contratadas para los oficios domésticos, como niñeras y para cuidar ancianos.
En las industrias manufactureras (factorías), las minerías, la construcción, la industria hospitalaria, en el sector de limpieza y dondequiera que se necesitan manos de obra extranjera, los inmigrantes son maltratados. Sus derechos, violados. Su dignidad y esencia humanas, denigradas.
Los medios de prensa de las comunidades étnicas –entre ellos, los de las comunidades hispanas- sirven de voceros de los que “no tienen voces”, de los amenazados por quienes los someten a todas las formas de esclavitud moderna.
Al parecer, a indiferencia y/o complicidad de autoridades gubernamentales, de líderes políticos y religiosos para que los culpables sean llevados ante los tribunales de justicia.
Cuanto decimos no es el lenguaje subversivo de quien firma este artículo, sino una parte y adaptación de la denuncia global del Papa Francisco, en su “Mensaje para la Jornada Mundial de la paz 2015”, en el que exhorta a “hermanarse “, para luchar “contra estas formas de esclavitud moderna que flagelan a millones de seres humanos en la gran mayoría de las naciones”.
Su mensaje es un llamado a “globalizar la fraternidad” y “al compromiso común para derrotar la esclavitud”.
No puede haber paz en el mundo mientras se sigan cometiendo injusticias contra los que se ven forzados a emigrar a otras naciones, donde su condición socio-económica y sus bajos niveles de educación son aprovechados para negarles el derecho al auténtico desarrollo humano, bajo distintas formas de esclavitud.
Los inmigrantes, ya sea que hayan optado libremente por cambiar de país, ya sea que se vean forzados al exilio y al refugio, deberían recibir el mismo trato que se da a quienes son considerados “ciudadanos originarios” de las naciones a donde llegan quebrados por las circunstancias y con la mínima esperanza de que se abra para ellos la puerta que los conduzca hacia el camino de un futuro mejor.
“Debemos reconocer –destaca el Sumo Pontífice- que estamos frente a un fenómeno mundial que sobrepasa la competencia de una sola comunidad o nación. Para derrotarlo, se necesita una movilización de una dimensión comparable a la del mismo fenómeno”.
Empecemos por Canadá, para no ser “testigos del flagelo de la esclavitud contemporánea, para que no seamos cómplices de este mal, para que no apartemos los ojos del sufrimiento”… de los “privados de libertad y dignidad”, como exhorta el Papa Francisco en el comienzo del 2015. Hagamos de Canadá una nación sin esclavitudes.
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