FRANCISCO REYES* / TORONTO
No hay peor enemigo de una nación que un gobernante ensañado con el pueblo que lo llevó al poder mediante el voto popular.
Tan pronto alcanza su objetivo político de llegar al control del Estado, se distancia de las masas, por su complejo de superioridad educativa, por su alta posición económica o por pertenecer a un sector dominante de la sociedad, que defiende ciertos valores éticos desfasados.
Su personalidad está caracterizada por un delirio mesiánico que lo lleva a considerarse predestinado a “salvar” a su pueblo –al que desdeña conscientemente- de los males que afectan a la sociedad en general. Piensa, en su delirio, que ha sido “escogido por Dios” para “mantener control sobre su esfera de dominio”, a la vez que se obstina en “imponer a sus súbditos” su voluntad de poder.
Es el típico líder que “elimina toda resistencia” por cualquier medio a su alcance. Es el dirigente en el que a diario se actualiza la famosa frase de Nicolás Maquiavelo: “El fin justifica los medios”, para subyugar a quienes se ven obligados a obedecerle ciegamente y a rendirle el culto a la personalidad.
El primer ministro Stephen Harper encarna a esa clase de gobernante. Bajo el ropaje de la democracia se ha empecinado por imponer al pueblo un estilo de vida basado en su política de “ley y orden” que subvierte los valores esenciales del ser humano y choca con los principios del Capítulo de Derechos de los ciudadanos de Canadá.
Larga ha sido su historia de oportunismo, arribismo, ambivalencia y “cambio de chaquetas” para llegar al gobierno y consolidar su “dictadura democrática”, término acuñado en el 2005 por Tim Francis, según afirma el columnista Trevor Hill en su artículo “The Dictatorship of Stephen Harper”, del 21/03/2012, en Global Free Press.
Según Tim Francis, ésta es “una forma de gobierno en el que el candidato es electo por el voto popular, pero raramente o nunca aplica una política que refleje los deseos de sus partidarios”.
Harper ha utilizado a miembros y simpatizantes de su propio partido para imponer su voluntad sobre una colectividad que tenía la esperanza de disfrutar de un gobierno respetuoso de sus libertades ciudadanas, de su tradición democrática, sin ser manipulado y obligado a “apretarse los cinturones”, con medidas económicas drásticas y desfavorables.
Desde su incursión en el “Club de Jóvenes Liberales”, en la década de 1970, hasta consolidarse como líder del “nuevo” partido Conservador de Canadá, Harper ha cambiado de partido por lo menos cuatro veces.
Del partido Liberal de Pierre Trudeau pasó al Conservador Progresista de Brian Mulroney. De ahí se fue al Partido Reformista de Preston Manning. Después pasó a la Alianza canadiense de Stockwell Day, a quien arrebató el liderazgo. Se alió a Conservador Progresista de Peter MacKey, para formar una coalición de la derecha. En convención de liderazgo logró derrotar a MacKey para quedarse como líder absoluto del PC de Canadá, que lo llevó al poder en las elecciones federales del 2006.
Siendo gobierno de minoría otorgó a los servicios policiales poderes de control sobre la población, como ocurrió en la Cumbre del G-8 realizada en Toronto en el verano del 2010 y que culminó en arrestos masivos de manifestantes, muchos de ellos golpeados brutalmente y acusados con expedientes falsos.
Bajo su gobierno de mayoría alcanzado en las elecciones del 2011, sus poderes aumentaron, ejerciendo control absoluto sobre sus parlamentarios, miembros del gabinete y dirigentes nacionales de su partido.
La oficina del Primer Ministro (PMO) se convirtió en un organismo de censura, por donde han de pasar las declaraciones de sus ministros, previo a ser publicadas en la prensa.
Las instituciones del Estado están bajo su mando, excepto la Suprema Corte de Justicia, que ha limitado sus poderes dictatoriales, al revocar decisiones del gobierno que no se corresponden con la tradición democrática de Canadá, como es el caso de los recortes a los programas de salud para refugiados.
Un tribunal judicial menor ha desafiado al ministerio de inmigración, al pedir la revisión del Caso José Figueroa en Vancouver, declarado inadmisible para residir en Canadá por supuestos vínculos con el terrorismo. A éste de seguro seguirá el del periodista de Toronto Oscar Vigil y de cientos de refugiados en la misma situación de inadmisibilidad. Sin embargo, las deportaciones están a la orden del día.
Los conservadores han recortado presupuestos de programas básicos, con miras a eliminar el déficit y ganar las elecciones del 2015. Han endurecido las condenas carcelarias y restringido los términos de la libertad condicional bajo palabra.
El gobierno de Harper ha suprimido la ayuda internacional a varios países considerados ligados al terrorismo y ha apoyado a países que, como Israel, cometen atrocidades contra sus vecinos. La reputación de Canadá ha descendido desde que los conservadores llegaron al poder.
La lista es larga. El modelo político conservador se ha agotado. El pueblo canadiense está cansado de la “dictadura democrática” de Stephen Harper, que ya está llegando a su ocaso. Harper está a punto de caer por su propio peso. Las elecciones del 2015 dirán si nos hemos equivocado.
*Francisco Reyes es un periodista canadiense de origen dominicano. Puede ser contactado a reyesobrador@hotmail.com
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