FRANCISCO REYES / TORONTO /
El debilitado “Huracán Ford”, tras su paso caótico por la alcaldía de Toronto, ha dejado con sus vientos de cola profundas lecciones en la ciudadanía.
La hidra de la anarquía ha sido aplastada con drástica medidas de emergencia que el concejo edilicio se vio forzado a tomar para contener la furia del alcalde Rob Ford, quien estuvo renuente para delegar sus funciones, ausentarse de su oficina y buscar tratamiento contra la adicción.
El origen de la tormenta se remonta al pasado 16 de mayo de este año, cuando el Toronto Star dio a conocer existencia de un video que contenía imágenes de Ford fumando crack. El alcalde desmintió a los autores de la noticia y acusó a la prensa local de orquestar una campaña de difamación en su contra.
El vórtice empezó a ensancharse y, ante el escándalo, la Policía de Toronto inició una serie de investigaciones para dar con el video. Durante las pesquisas, que aún no han terminado, los detectives fueron tropezando con otras acciones erráticas de Ford supuestamente reñidas con la ley.
Mientras el alcalde enfrentaba a la prensa, los rumores hacían estragos en las oficinas de la alcaldía y algunos concejales se sentían avergonzados de las actuaciones de Ford, quien además negaba que tuviera problemas con las drogas y el alcohol.
El 31 de octubre, en conferencia de prensa frente a la TV, el jefe policial Tony Blair dio a conocer que los detectives bajo su mando habían recuperado el video y que las imágenes se correspondían con la denuncia de la prensa.
El 6 de noviembre, Ford compareció ante las cámaras admitiendo que había fumado crack y de haber conducido bajo los efectos del alcohol. Dos días después, frente a la alcaldía de esta ciudad, grupos de manifestantes pedían la renuncia del alcalde por haber mentido al público.
Mientras más escándalos sobre la conducta de Ford saltaban a la prensa, el 19 de noviembre, en una serie de votaciones históricas, el concejo municipal redujo la autoridad del alcalde y sus influencias en el comité ejecutivo.
El vice alcalde Norm Kelly recibió en las votaciones los poderes del alcalde , la vigilancia del presupuesto y la autoridad sobre los miembros del personal que estaban bajo las órdenes de Ford. Con ello, la presión barométrica en los predios de la alcaldía disminuyó, no sin antes escuchar sus amenazas de pelear su caso ante los tribunales de justicia. La atmósfera, sin embargo, fue completamente despejada.
El paso del “Huracán Ford” ha dejado no sólo lecciones políticas en lo referente a correctivos aplicados a la ingobernabilidad municipal, sino también lecciones morales en cuanto a la ingobernabilidad de la vida de un ser humano -en este caso, el alcalde de Toronto- que a la fecha no ha querido admitir que sufre de alcoholismo y drogadicción.
Al tratar de engañar al resto del mundo enmascarando el problema, Ford terminó engañándose a sí mismo y ahora enfrenta las consecuencias de sus propios errores, causados por la adicción.
Pero no hay que echarle toda la culpa al alcalde sino a los defectos de su carácter, que lo han llevado a abusar de esas sustancias nocivas para la salud corporal, mental y espiritual.
También es en parte culpable el otro vórtice de la tormenta, su hermano el concejal Doug Ford, al tratar de encubrirlo y negar a la vez que el alcalde ha tenido problemas con las drogas y el alcohol.
Las renuencias del alcalde Ford y los encubrimientos del su hermano Doug habían producido sus consecuencias negativas para el programa en el que se ufanaban de sus logros en la alcaldía y en el que difundían sus defensas y ataques a quienes los acusaban, incluyendo al jefe policial, a quien el concejal Ford pedía que renunciara.
El programa radial “Ford Nation” había sido suspendido de la estación Newstalk 1010, días después de la comparecencia en TV del jefe policial Kelly. Tuvieron la suerte de encontrar espacio en la estación de TV Sun News Network, donde tuvo una sola presentación el domingo 18 de noviembre, un día antes de que el alcalde fuera despojado de sus poderes.
Mientras el vice alcalde se encargaba de los asuntos claves de la ciudad, la prensa se encargaba de terminar desacreditando al alcalde y a su hermano, con la publicación de documentos depositados por la policía en la corte, como pruebas que sindican a Ford en supuestos actos reñidos con la ley, entre otros, manejar en estado de embriaguez, que él mismo había admitido, intoxicarse en público durante el ejercicio de sus funciones en representación de la ciudad, expresar discriminaciones raciales y homosexuales, afirmar haber tenido relaciones sexuales con una miembro del personal, asociación con pandilleros ligados al narcotráfico.
Dolorosas lecciones aprendidas a fuerza de caídas, mientras aliados y adversarios han visto desplomarse el ídolo de barro que enmascaraba al verdadero Rob Ford, de carne y huesos, con los trastornos de una personalidad desajustada por los defectos de su carácter, desajustada por el consumo de drogas y alcohol, que lo han llevado a perder toda credibilidad y, quién sabe, posiblemente a su propia familia.
Tras las votaciones despojantes del 19 de noviembre, ningún concejal se mostró tan compasivo con el desmeritado alcalde, como lo hizo César Palacios, único edil hispano en el concejo municipal, quien se lamentó de que Ford “perdió la oportunidad dorada para hacer lo correcto”. “Usted -deploró Palacios al referirse al alcalde- pudo haber llegado a la redención si hubiera escuchado con humildad y contrición. Usted pudo haber cambiado y volver a escalar nuevas alturas. Desafortunadamente, usted no lo hizo”.
Ford no tuvo la valentía y la sinceridad de confesar a alguien de confianza o a un consejero, que la adicción le ha causado estragos en su vida, ya ingobernable. Que necesitaba internarse en una casa de regeneración.
A la vez son lecciones que tendrían que ser aprendidas por quienes, al leer este informe en las páginas de este diario, confrontan problemas con el abuso del alcohol y las drogas.
Nadie se sana de la adicción si no quiere. La solución no viene por arte de magia: hay que buscarla. Sólo una llave abre las puertas para que una persona se sane del alcoholismo y/o la drogadicción: la llave de la voluntad personal. De no querer o poder utilizar esa llave, podrá perder amigos, empleo y familia.
Es posible que termine en la cárcel por conducta errática. Que lo lleven al hospital con un coma diabético, una sobredosis, el hígado reventado, un infarto o un derrame cerebral. O en el psiquiátrico, al borde de la locura o padeciendo de “delirio tremens”.
O que se vaya a la tumba antes de tiempo, derribado por el alcohol o las drogas, que no distinguen edad, sexo, raza nacionalidad, religión… Ni posición económica, ni condición social.
*Periodista canadiense de origen dominicano. reyesobrador@hotmail.com
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