Por Vilma Filici
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TORONTO. Para mí, este año es el Día de Canadá número 40 que me ha tocado vivir, y me he puesto a reflexionar cómo se han desarrollado las cosas desde el momento que llegué a este país, y particularmente cómo han cambiado las cosas en términos de los inmigrantes.
Al hacer un análisis me queda bien claro que los momentos más brillantes de la vida canadiense en término de la aceptación del inmigrante y de la aceptación de los distintos grupos étnicos, prácticamente han terminado, y que, para empeorar las cosas, la situación se ha vuelto muy negativa.
Yo llegué a Canadá 40 años atrás con mi mamá, mi papá y siete hermanos. Mi hermano mayor en ese momento tenía 19 años, el siguiente tenía 18 y yo tenía 16 años.
Si tomamos en cuenta que a partir de enero del 2014 la edad máxima para poder traer a un hijo como patrocinado será de 18 años, definitivamente una familia como la mía no hubiese podido llegar a Canadá. Entre otras razones, porque el concepto de familia para una familia ítalo-argentina es totalmente distinto al concepto de familia que aparentemente tiene el Ministro de Inmigración, Jason Kenney, y el Primer Ministro Stephen Harper y todo su gabinete.
Según ellos, un hijo de 18 años ya es adulto y por tanto queda fuera de las posibilidades de poder inmigrar a Canadá junto a su familia, dado que a partir de enero del próximo año la mayoría de edad para los efectos de inmigración va a ser 19 años.
En esa lógica, en el año 1973 mi padre nunca hubiese hecho un trámite para la residencia permanente en Canadá si no podía traer consigo a dos de sus hijos. Y la razón es bien simple, porque a pesar de que 18 años pareciera ser una edad donde una persona ya es adulta, la realidad es que para nuestra cultura un hijo de 18 años todavía necesita guía, ayuda económica y ayuda emocional de sus padres, y por tanto son muy pocas las familias que van a dejar a algunos de sus hijos estancados en el país de origen y mudarse ellos a Canadá.
La mayoría de familias, cuando están pensando en emigrar, generalmente dicen que lo hacen por el futuro de sus hijos, ya sea para la seguridad o para un mejor futuro en términos económicos, para que tengan más posibilidades de estudio, etc., etc., etc. Entonces, ese cambio tan fuerte de bajar la edad de dependencia a más 18 años va a ocasionar que muchísimas familias que hubieran elegido Canadá como país de destino ya no lo hagan, precisamente porque no van a querer dejar a sus hijos en el país de origen.
Al hacer un balance en términos migratorios, durante los últimos 40 años hemos visto la deshumanización de los programas de inmigración, y particularmente en los últimos seis años, hemos sido testigos de una falta completa de humanidad con respecto a las decisiones tomadas en los cambios a los programas de inmigración. Lo que queda claro que se ha favorecido últimamente es la parte práctica, es decir, ahora se hacen las cosas porque es necesario hacerlas sin tener en cuenta cómo afectan estos cambios migratorios a las familias, a los inmigrantes, a las personas que quieren hacer de Canadá su hogar.
Hay que considerar que la edad de dependencia de los hijos en los últimos 40 años ha pasado por distintas etapas: En un principio fue 18 años, luego hubo un momento en los años 80 donde no importaba la edad del hijo, siempre y cuando no estuviera casado, y luego bajó a los 19 años. En el 2002 subió a 22 años, e incluso si son mayores de esa edad pero aun dependen de sus padres y están estudiando, pueden ser patrocinados.
Además de estas restricciones en la edad, la reunificación familiar ha sufrido también tremendamente con la suspensión del patrocinio de padres y abuelos, y va a sufrir aún más cuando se implementen las nuevas leyes de patrocinio, ya que va a ser prácticamente imposible para muchísimas familias de la clase trabajadora poder patrocinar a sus padres.
En 1986, el pueblo de Canadá recibió el Premio Nansen, que se lo dio la Organización de las Naciones Unidas por el trabajo que hacía Canadá con respecto a los refugiados y desplazados del mundo (es el único país que ha recibido el premio como nación), y es irónico que a través de los años los programas de ayuda a los refugiados hayan cambiado tanto hasta llegar a tener un programa de refugio como el que se implementó el año pasado, el cual castiga a la persona que ha pedido refugio en vez de ayudar a los que en realidad necesitan ayuda.
En general, a través de estos 40 años hemos visto un cambio drástico de 360 grados en materia migratoria en Canadá, ya que estamos volviendo exactamente al mismo punto que existía en el país antes de que se implementaran los programas de inmigración de 1976. Hasta antes de que se implementara el programa de puntajes en ese año, el Acta de Inmigración era muy clara y establecía cuáles eran los países preferidos de donde querían que llegaran inmigrantes, y a los cuales se les daba todas las facilidades para que pudieran hacer su trámite de residencia una vez que llegaban al país.
Estos países eran Inglaterra, Escocia, Irlanda y Estados Unidos. El resto de países del mundo eran no preferidos, y de estos países Canadá sólo quería que los trabajadores llegaran, trabajaran en las ferrovías, los campos, etc., y que después se fueran del país.
Hoy, después de casi 40 años, vemos cómo se ha hecho un círculo y se ha vuelto al mismo punto, porque en estos momentos, aunque las leyes no lo establecen con tanta claridad, se han creado programas de inmigración que sirven para excluir a cierto tipo de inmigrantes.
Si hacemos un análisis de los requisitos básicos que hay hoy en día para que las personas puedan inmigrar a Canadá, vemos que son: idioma, dinero y estudios. Y nos damos cuenta que nuevamente es bien claro el tipo de inmigrantes que es preferido en Canadá: que vengan de países de habla inglesa, preferiblemente blancos y preferiblemente con dinero.
Realmente es muy triste observar todos estos procesos migratorios a través de los últimos 40 años, sentir nostalgia de los momentos más brillantes que tuvo la vida canadiense en término de la aceptación del inmigrante, y llegar hoy en día a perder ese orgullo que se tuvo en algún momento de vivir en el país más humano del mundo.
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