Inmigrantes viven la cultura del chisme

ALEJANDRA SALCEDO / WINNIPEG /
“Pueblo chico, infierno grande”, sentencia el refrán popular, y la regla aparentemente aplica casi a la perfección en las más recientes oleadas migratorias latinoamericanas que están llegando a Canadá, particularmente aquellas que han llegado en grupos para trabajar en diversas industrias localizadas en pequeñas poblaciones canadienses.

Para muestra, un botón. Uno de estos grupos es el de los salvadoreños que empezaron a llegar en 2002, en grupos de entre cuarenta y cincuenta personas, contratados por Maple Leaf, a la planta procesadora de carne en Brandon. Ellos jamás se imaginaron que la población crecería tanto, y menos que en su pequeña comunidad se desarrollaría tan fuertemente una cultura de chisme y desunión.

No se sabe exactamente cuál es la población de salvadoreños en la localidad, y aunque la planta contrató en siete años a 449 trabajadores, estas personas trajeron a sus familias y ahora se calcula que pueden ser entre dos mil o tres mil.

Lo que se sabe con certeza es que hay una carencia de solidaridad entre paisanos en el “pequeño pueblo”, como todos le llaman y  donde la mayoría llegó con un común denominador: nivel mínimo de inglés, sin familia y con la esperanza bajo el brazo de un futuro mejor. Pero ¿Qué se rompió en el camino para que se sientan poco apoyados por sus mismos compatriotas?

Juan, quien pidió no revelar su verdadero nombre, recuerda que cuando llegó a Brandon, la directiva los recibió con una comida en una iglesia y “de ahí nunca más supe nada… sólo que esa directiva se deshizo”. Toda la información que él necesitó, la obtuvo gracias a la orientación que recibió de la empresa y de una persona cercana que ya tenía un año de haber llegado.

Para Juan, el problema de la desunión radica en que no existen verdaderos líderes que trabajen por la comunidad porque siempre hay quienes quieren tomar ventaja de cualquier situación. Además considera que  la falta de educación, de tiempo e interés para hacer las cosas son puntos que tampoco ayudan a construir un grupo más unido. “Yo creo que la gente no participa porque se enfoca más en su familia y porque tiene miedo de que surjan ‘chambres’ (chismes) o que vayan a ser rechazados”.

Juan mencionó la palabra clave, “chambre”, un vocablo muy salvadoreño que ha causado en más de alguno dolor de cabeza porque ha sido el protagonista o el autor de historias mal contadas a las que “les ponen patas y colas”,  como dice María, otra residente que no dudó en decir que Brandon parecía “Sodoma y Gomorra”, las ciudades bíblicas famosas por el mal comportamiento de sus habitantes.

Juan cree que las personas que rumoran no se han integrado a la sociedad canadiense, “la mayoría no ha salido del núcleo de la planta y ahí se enteran de todo, muchos no tienen en qué enfocarse”.

Mientras que Ana siente que la cultura del rumor es una situación que afecta a la comunidad y considera que es una forma de comportamiento según la educación recibida, “no es algo que se haya adoptado aquí y lo peor es que lo hacen con el ánimo de hacer daño… eso ya es maldad”. Aunque aclara que muchos que tienen bajo nivel educativo, “es gente bien tranquila que no se mete en nada”.

En este círculo los aspectos se interrelacionan. Una ciudad pequeña donde “todo el mundo se conoce”, una planta que le da trabajo a la mayoría de inmigrantes y donde los comentarios positivos o negativos circulan a la orden del día, lo que desencadena en desunión y falta de colaboración y en vez de verse como compatriotas más bien lo hacen como extraños o enemigos.

Para los entrevistados el punto medular en esta madeja enredada  es el egoísmo que caracteriza a la comunidad. “No tenemos humanismo por el otro”, dice María, quien llegó en grupo como todos, pero  “me hubiera dado lo mismo haber venido sola, porque nunca sentí ningún apoyo… aquí cada quien tomó su rumbo”.

“Ignorancia”, “falta de educación”, “egoísmo”, “envidia” o la popular frase: “no nos gusta ver ojos bonitos en cara ajena”, fueron expresiones con la que estos nuevos inmigrantes calificaron el comportamiento colectivo.

Para muchos es importante que haya una organización que preste ayuda en momentos difíciles, como en la muerte de un familiar cuando los afectados no tienen quien les brinde un apoyo para hacer los trámites legales o por qué no decirlo, un fondo económico de emergencias de dónde se pueda echar mano porque “la mayoría no está preparada para esas cosas”, dice Ana.

En Brandon ya existe la Asociación Cultural Salvadoreña que organiza el Festival de Invierno cada año, una entidad, cuya directiva ignoran cómo fue elegida. “Yo siento que ellos hacen bien las cosas en el pabellón pero no dejan que nadie más se integre a ese grupo… lo que necesitamos es reunirnos y elegir una directiva”, asegura Juan.

Desigualdad de intereses

Wei Xing, socióloga y profesora de la Universidad de Winnipeg, considera que los inmigrantes aunque lleguen en grupos a un mismo lugar, individualmente tienen diferentes problemas, habilidades y metas que los hacen comportarse de formas diversas.

Señala que emigrar colectivamente “es mucho mejor que venir solo porque se apoyan unos con otros” y permite ventajas como la conservación del idioma, las costumbres y la gastronomía, obtención de la información para compartirla, y hacerse compañía; factores que les permite adaptarse fácilmente y con menos estrés.

Pero,  el aspecto negativo es que siempre sentirán la presión del grupo en la toma de decisiones y habrá competencia y conflictos internos. Aunque aclara que estos factores no son propios de comunidades étnicas,  sino de cualquier colectividad debido a la naturaleza humana de competir, ya sea por “ego, poder, obtener beneficios o llamar la atención”.

Pablo Herrera, licenciado en sociología y psicología de la Universidad de Manitoba y quien ha trabajado de cerca con las comunidades latinas, comparte la opinión de Xing. “En el trabajo están sobresaliendo los individuos que quieren ser jefes y quieren ascender… mientras que aquellos que no ven perspectivas de ascender de posición, rumoraran con toda la gente”.  

Para la catedrática, los patrones culturales y el nivel educativo no son determinantes para que una comunidad viva en la cultura del rumor y se fragmente, sino que la marcada diferencia de intereses que tienen como grupo. Este aspecto es compartido a medias por Herrera, quien dice que la cultura del chisme es parte de la idiosincrasia latina, “ellos se cansan uno del otro… se sienten relajados y sacan su debilidad interior por no haber logrado lo que el otro ya logró”.

Herrera está de acuerdo con Xing en que la desigualdad de intereses aleja a las comunidades y considera que los inmigrantes deberían crear grupos con intereses afines que les ayuden a distraerse de la faena diaria que tienen en la planta hasta lograr organizarse y proyectarse mejor como grupo. No es necesario tener grandes líderes sino personas con habilidades e intereses parecidos que los pongan al servicio de los demás, porque según la catedrática, las desavenencias se superan si se trabaja con objetivos y  metas comunes que favorezcan a todos, de lo contario no estarán unidos”.

 

 

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