FRANCESCA DZIADEK / BERLÍN /
El mundo árabe habla de revolución, y no solo en las calles, sino en filmes, periódicos y canciones, por todos los medios que permitan documentar los hechos, exponer el horror de la guerra y explorar las posibilidades del frío posrevolucionario: la construcción democrática. En el Día del Cine Mundial sobre la Primavera Árabe del 62 festival internacional de Berlín, cineastas árabes expresaron esperanza, temor, desafío, voluntad y resiliencia.
Atrapados entre la represión y la lucha por el cambio, los artistas documentan la ola de transformaciones que sacuden a los países del norte de África y Medio Oriente y crean una nueva cultura colectiva.
Muchos sienten que en el proceso artístico hay una búsqueda personal y política de reconciliación de las tensiones entre el Islam, la fe y la libertad y la democracia. Pero en lo que todos coinciden es en que “la suerte está echada”, como dijo Julio César cuando decidió conducir sus tropas a través del río Rubicón e ingresar a las provincias romanas.
Producción de imagen en la atribulada Siria
Realizadores de Siria, donde las imágenes de civiles masacrados se cuelan a diario de las garras de la censura, se llevaron a casa la importancia entre producción de imagen y democracia, algo dolorosamente cierto en ese país en guerra civil.
Siria no tiene un cine nacional comercial y allí solo se ven películas de Hollywood o de Egipto, lo que deriva en la ausencia de una cultura cinematográfica propia de la población civil, según el periodista especializado Alaa Karkuti.
Pero no es un accidente, la mayoría de los regímenes autoritarios sostienen severas restricciones a la imaginación colectiva, limitando la capacidad para concebir alternativas a la rutina cotidiana de la represión.
En su trabajo en un documental sobre el “escándalo de las caricaturas”, que trata sobre la libertad de expresión que burla a la censura, el productor sirio y activista Hala al Alabdallah desenterró una ley que prohíbe el uso de “imágenes desprovistas de comentarios”. El hallazgo pone en evidencia lo insidiosa que puede ser la censura.
Mientras las autoridades tratan de controlar todo, desde la libertad de asociación hasta la producción artística, la resistencia y la creatividad se juntaron en plazas o “ágoras” de la región, abriendo espacios públicos para la solidaridad, permitiendo superar los miedos colectivos y expresando esperanza y un nuevo sentimiento de pertenencia.
Parece que por primera vez los ciudadanos se sienten tales en siria, animados por un resurgimiento cultural, que incluye bailes callejeros y la transformación de canciones populares en himnos revolucionarios.
“La gente sale a la calle pidiendo libertad. Aun en un país como Siria escuchamos consignas sobre la unidad popular. Veo la encarnación de la libertad en la poesía”, señaló Al Alabdallah.
Mohammad Ali Atassi, un productor exiliado, se volcó a la realización cinematográfica por necesidad psicológica, según explicó, “cuando me di cuenta de que ya no podía expresar la complejidad de mis sentimientos sin una cámara”. Su “solución creadora” incluye conseguir imágenes de su país a través de Internet y entrevistas mediante el programa para hacer llamadas telefónicas de Skype.
Mientras la lucha por el cambio se extiende en el mundo árabe, emerge la cinematografía testimonial –facilitada por la plataforma social de vídeos YouTube–, una nueva forma de filme de autor inspirado en la disidencia.
Una generación de jóvenes expertos en tecnología móvil actúan como porteros del mundo visual, archivando imágenes que no pueden negarse al pueblo que se subleva ante el poder estatal.
“Informar lo que ocurre es una estrategia de supervivencia. Salimos a la calle y perdimos amigos, manos, ojos. Nos dimos cuenta de que ya no es una acción, sino un estilo de vida, una elección de oponerse a la injusticia ahora y siempre”, explicó Nora Younis, periodista y activista de derechos humanos de 34 años.
Younis es fundadora de Al Masry Al Youm, empresa multimedia y primera televisora en Internet del mundo árabe, con sede en El Cairo.
A pesar del miedo se sintió obligada a ordenar a su equipo de jóvenes periodistas audiovisuales recién entrenados a “salir y mantener sus cámaras encendidas”. Los veinteañeros tuvieron que salir a la calle a cumplir la mayor tarea que hubieran emprendido y aprender en la práctica el peligroso proceso de registrar una revolución.
Uno de los reporteros, Ahmed Abdel Fatah, recibió un tiro en un ojo mientras filmaba cómo mataban gente en el puente de Qsr el-Nil, El Cairo, uno de los 18 días en que el gobierno cortó el servicio de Internet, en enero de 2011.
Las dramáticas imágenes obtenidas fueron editadas en un documental titulado “Informando… una revolución”, un poderoso ejemplo de cinematografía testimonial a cargo de seis jóvenes periodistas, incluido Abdel Fatah.
“Soy un camarógrafo, mi ojo es mi bien más preciado”, señaló. “Pero no nos detendremos. Es nuestro trabajo, es lo que mejor hacemos y lo seguiremos haciendo”, añadió.
Consciente de las contradicciones implícitas en esta suerte de “periodismo guerrillero”, Younis lucha a diario con la ética de la objetividad periodística, pues el límite entre documentar una revolución y filmar un documental revolucionario se vuelve borroso y desaparece.
Mujeres árabes miran a la cámara
Muchas acciones desafiantes de las mujeres son expresiones de una nueva disposición a hablar sin temor a las consecuencias de ser escuchadas.
Ejemplos como el acto subversivo de Aliaa Magda Elmahdy de subir a Internet una fotografía suya sin ropa son considerados una afirmación innovadora sobre la dignidad del cuerpo femenino desnudo, atrapado en una lucha de poder de género.
“El desnudo muestra un nuevo grado de audacia y es esperanzador porque no se hubiera visto nunca antes de la revolución”, señaló Viola Safik, documentalista alemana-egipcia.
Safik también alertó de que la apertura de las fronteras culturales puede llevar a una era en que el arte se vuelva más agresivo y dé pie a una reacción violenta, como cuando un régimen tilda a los productores de contenidos culturales de “traidores” o “infieles”.
Sin inmutarse y con cautela, las mujeres miran a la cámara. Asuntos controvertidos silenciados desde hace tiempo, como la libertad para casarse, el significado y las implicancias de la independencia económica, la tradición, qué aceptar y qué rechazar, son tratadas en el documental debut de Hanan Abdalla, “In the Shadow of a Man” (A la sombra de un hombre).
Nacida en un barrio pobre de El Cairo, Wafaa, la protagonista de 69 años, recuerda la prueba de “honor” que debió pasar en su noche de bodas, no muestra ningún reparo ni lamenta su divorcio, pero no recupera nunca el respeto por los hombres.
La violencia campea en el mundo árabe, a pesar de que los medios se concentran en Siria y Bahrein. El novelista y poeta argelino Boualem Sansal, jurado de la Berlinale, señaló que su país escapó de alguna manera al escrutinio internacional, pese a que el presidente Abdelaziz Bouteflika “ahoga a su pueblo moral y culturalmente, una acción semejante a un genocidio cultural”, dijo.
Sus palabras, pronunciadas el último día del Festival Internacional de Cine de Berlín, fueron un sombrío recordatorio de que la suerte puede estar echada, pero todavía deben caer piezas importantes en el mundo árabe. Pero cuando eso ocurra, las cámaras estarán prendidas.
FOTO: Imagen del filme de Mai Iskander, “Palabras de testigos”.
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