POR GUILLERMO FERNÁNDEZ AMPIÉ* / MEXICO
El nuevo año que apenas iniciamos ha despertado muchas expectativas. Por un lado, crece cada vez más la confianza en que finalmente será superada la pandemia que paralizó buena parte del mundo en el 2020 y que aún lo mantiene postrado. Los anuncios de las primeras vacunas suministradas a trabajadores de la salud en Rusia, Estados Unidos, México, España, Chile y Argentina justifican este ánimo positivo. Sin embargo, aún está por verse si estos antígenos estarán disponibles para toda la población del planeta y cuándo, especialmente para las personas que habitan en los países más empobrecidos que son los más afectados por todas las tragedias.
En otro orden, otro buen augurio de inicio de año fue la resolución de la jueza londinense que decidió rechazar la solicitud de Estados Unidos para trasladar a Julian Assange al suelo estadounidense. Pero este también tiene su bemol y vino a ser una alegría incompleta, pues no se dispuso la libertad del comunicador australiano. Más aún, en su resolución la jueza británica afirma que considera que Assange cometió delito al informar al mundo de las atrocidades cometidas por las tropas estadounidenses en Irak y Afganistán. Este aspecto de la resolución es verdaderamente vergonzoso, pero aún más ignominioso resulta el silencio que han guardado los políticos y gobiernos que se presentan ante el mundo como los abanderados defensores de la libertad de prensa y los derechos humanos, ante la ordalía a la que ha sido sometido Assange.
Relacionado con esto, contrasta rotundamente el tratamiento recibido por el periodista australiano y el perdón concedido por el presidente Donald Trump a los cuatros criminales de la empresa de mercenarios Blackwater, que bajo la bandera estadounidense y con el escudo de “contratistas” se dieron licencia para asesinar a civiles indefensos, incluyendo niños. Esa decisión del gobernante estadounidense fue un verdadero balde de agua sucia al rostro de la justicia y, como ya han comentado muchos expertos en la defensa de los derechos humanos, sólo abona a la impunidad. Con esta acción Estados Unidos pierde autoridad moral para exigir castigo a quienes considera que han violado los derechos humanos en otras partes del mundo, sean esas exigencias motivadas políticamente o alentadas por un genuino interés por la justicia.
Por acciones como estas, que se suman a las controversiales decisiones que caracterizaron su mandato, es que la derrota electoral de Trump y la toma de posesión del presidente electo Joe Biden también se perciben como signos positivos. Analistas de diversas partes del mundo han pronosticado que con una administración estadounidense bajarán las tensiones en el mundo, pero… ¿realmente será así? Hasta ahora la experiencia histórica ha demostrado que con independencia del partido al que pertenezca el presidente, Estados Unidos siempre ha privilegiado sus intereses por encima de cualquier otro criterio y estos intereses por lo general son contrarios al bienestar de la humanidad en su conjunto.
A contrapelo del optimismo que haya podido generar el esperado cambio en la administración estadounidense, está por verse si el segundo de Obama, ahora como presidente, resulta capaz y está dispuesto a respetar el derecho que tienen las otras naciones, especialmente las más pequeñas -como Cuba, Nicaragua, Bolivia o Venezuela- a construir sus propios modelos políticos y a elegir el camino que consideren más apropiado para resolver las necesidades más urgentes de la población de muy limitados recursos económicos.
Un verdadero cambio sería que Estados Unidos, con el señor Biden como presidente, deje a un lado esa permanente obsesión de querer imponer a otros pueblos liderazgos políticos y gobiernos que cuenten con su beneplácito. Porque de una cosa no hay duda, y vale la pena enfatizarlo: lo que es bueno para el gobierno de Estados Unidos no lo es para otros pueblos del mundo. Así lo demuestra la impunidad de la que ahora gozan los cuatro mercenarios de Blackwater perdonados por Trump o la situación que vive la población de aquellos países donde los estadounidenses han intervenido.
El señor Biden tiene a favor que era vicepresidente de la administración Obama cuando se tomaron algunas medidas para moderar un poco, realmente muy poco, el draconiano embargo sostenido contra Cuba. Ojalá ahora como mandatario se atreva a ponerle fin de una sola vez a ese despropósito. De esa manera estaría contribuyendo realmente a aliviar las penurias que vive cotidianamente el pueblo cubano. Lo mismo puede decirse respecto a Venezuela.
Solo así se podrá decir que, en este año, más allá de las formalidades, que la nueva administración estadounidense representa un cambio genuino y positivo, y también se ha dado lugar a un nuevo comienzo en el mundo.
Volviendo a Cuba, es importante señalar que es el único país latinoamericano que ha creado su propia vacuna contra el Covid-19, la cual se encuentra en avanzados estudios clínicos. ¿Cuánto más podría hacer la pequeña isla si no estuviera sometida a tanto acoso y sanciones económicas?
*Guillermo Fernández Ampié es un periodista nicaragüense con doctorado en Estudios Latinoamericanos, quien actualmente es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).