La persecución de cristianos en Iraq y Siria es epidemia que amenaza propagarse por otras naciones islámicas, como es el caso de Egipto y Sudán, donde sus hogares y templos son incendiados con frecuencia. A ella se ha unido la cacería de yazidíes, grupo étnico-religioso curdo que practica una antigua religión ligada al zoroastrismo, nacida antes que el Islam y el Cristianismo.
Esta situación pone en peligro la convivencia pacífica de diferentes grupos religiosos dentro de un mismo país donde el fanatismo desborda los límites de la intolerancia y la irracionalidad.
El pasado 10 de julio, milicianos del grupo Estado Islámico de Iraq y Siria, conocido como ISIS (Islamic State of Irak and Siria), declararon un territorio libre en Mosul, región norte iraquí habitada mayormente por curdos islámicos que han repelido con armas para proteger la zona donde pretenden construir su nación, El Kurdistán, con territorios usurpados por Siria, Turquía, Iraq e Irán.
Decenas de miles de curdos yazidíes huyeron hacia las montañas, sitiados por los “yihadistas” o “milicianos de la Guerra Santa”, y amenazados por el hambre y la sed, a campo abierto. Más de 100 mujeres y niños yazidíes han sido secuestrados por milicianos.
Los radicales islámicos ocuparon también la ciudad de Qaradosh, bastión de los cristianos. Más de 200,000 personas huyeron para escapar de un edicto que los obliga “convertirse al Islam, pagar un tributo o ser ejecutados” por la espada.
Esto recuerda pasajes de la Edad Media en que seguidores de Mahoma hacían la “Guerra Santa” y obligaban a la conversión con la espada y el Corán en manos. Quienes se resistían eran decapitados. Los que escapaban de la “yihad” abandonaban fortunas y hogares, saqueados por las hordas invasoras.
Esas escenas se repiten, conforme los postulados de Arthur Schopenhauer en su “Filosofía del Eterno Retorno”. La Historia está ahí. Vuelve para entender lo que ocurre con los cristianos y yazidíes en Irak: amenazados, asesinados o huyendo de las intimidaciones, con sus hogares saqueados e incendiados por negarse a profesar la fe del Islam.
Las arbitrariedades en el norte de Iraq constituyen una violación a la Libertad de Religión, consagrada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, prerrogativa que los radicales islámicos no reconocen, al imponer sus creencias, so pena de muerte a quienes no las aceptan.
La intolerancia religiosa ha provocado la hégira de multitudes, sin saber dónde refugiarse para evadir las amenazas. La población de cristianos y yazidíes ha mermado. En la diáspora, cientos de miles de hombres, mujeres y niños ven marchitar sus vidas en la rigurosidad del éxodo, bajo el sol calcinante del desierto.
En el pesado viacrucis del exilio mueren niños deshidratados por gastroenteritis o acosados por el hambre y la sed; ancianos cuyas fuerzas se desvanecen en la marcha forzada; mujeres parturientas con serios problemas de embarazos. Sin mencionar los suicidios silenciosos lejos de la prensa; ni la desesperanza de jóvenes frente a un futuro incierto, sin el pan de la enseñanza en el largo camino del destierro.
Los cristianos del Medio Oriente son los más vulnerables a la dispersión y rodeados de naciones islámicas que los rechazan. Están en peligro de exterminio.
El pasado 10 de agosto, un mes después de la toma de Mosul, una coalición de iglesias del rito cristiano oriental en Canadá realizó una marcha por el centro de Toronto, en protesta por las atrocidades en Iraq y para pedir al gobierno de Stephen Harper condenar esos atropellos.
El Cardenal Thomas Collins, arzobispo de Toronto, en nombre de la Iglesia Católica pidió a la comunidad musulmana de Canadá denunciar la violencia en Iraq. Al mismo tiempo, ha apelado al gobierno canadiense “ampliar los espacios disponibles para los cristianos iraquíes solicitantes de refugio en nuestro país”.
El llamado plantea la necesidad de aunar esfuerzos inter-religiosos para contener la violencia y patrocinar, si es posible, a los cristianos y yazidíes desesperados por encontrar refugio en Canadá, dado que el Cristianismo y el Islam promueven la paz, la unidad y la cooperación, jamás la guerra y la división.
Los radicales islámicos deben ser combatidos con el diálogo en los foros internacionales para frenar sus amenazas y evitar el éxodo de tantos inocentes aterrorizados. Las naciones civilizadas, entre ellas Canadá, tienen la obligación moral de buscar soluciones en la ONU para neutralizarlos y socorrer a los afectados mediante la ayuda humanitaria, ahora que la crisis ha alcanzado su nivel máximo, según el organismo mundial.
La luz de la razón y la auténtica fe están siempre por encima del oscurantismo religioso, más en estos tiempos modernos. Pero, cuando no se obedece por la razón, se impone la fuerza.
Canadá, el país más multicultural del mundo, donde convergen casi todas las religiones conocidas, podría ser el punto de encuentro para la reconciliación definitiva entre cristianos y musulmanes, que debe comenzar con la aceptación del refugio para esos seres humanos en total desesperación.
Hacemos un llamado a los líderes cristianos y musulmanes, así como a los dirigentes políticos de Canadá para fomentar el dialogo que arroje soluciones, a la epidemia de la persecución religiosa en el Oriente Medio y el norte de África.
Estamos frente a los llamados signos de los tiempos, pero aún no hemos llegado el fin del mundo.
*Francisco Reyes es un periodista canadiense de origen dominicano. Puede ser contactado a reyesobrador@hotmail.com
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